Lo perdonó. Lo perdonó.
Pensé que luego de lo que vió ya no querría ni siquiera mirarlo. Pensé que se llenaría de miedo. Pero no, tan sólo bastó consolarla y pedirle disculpas para que lo perdonara.
Ese simple acto me hace ver cuánto he ignorado el amor que le tiene a su padre. La conozco perfectamente, se el significado de cada una de sus muecas, puedo simplemente adivinar lo que piensa, lo que siente con solo mirarla, y sé que ver a su padre golpear a Tristán no le gustó ni un poco, que la asustó, descolocó e incluso puede que también sintiera decepción al mirarlo en un estado en el que ella jamás lo había visto.
Pero lo ama tanto que no concilia la idea de estar enojada con él. Siente necesitarlo tanto, que por más que crea y este segura de que Damián se haya equivocado, no puede o no quiere enojarse, rechazarlo o simplemente ignorarlo.
No lo perdonó simplemente porque él le haya pedido disculpas, ni siquiera porqué Noah haya intervenido. Lo hizo porque quiso, apesar de ser una niña pequeña, no se deja influenciar, no hace lo que otros le pidan o inciten, a menos que ella quiera hacerlo.
Desde mi lugar veo a Jesserd bajar del sillón y acercarse al otro extremo. Mía deja los brazos de Carmen y al igual que Noah, se engancha al cuello de Damián, quién levanta la cabeza del hombro de su nana y sonríe mostrando los dientes.
Ella besa la mejilla poblada por una incipiente barba rubia de su padre y en respuesta él le susurra algo que no soy capaz de escuchar, pero causa que la nena asienta y sonría.
De un momento a otro mi estómago se contraé y una fuerte alcada me hace estremecer. Maldigo interiormente y con disimulo pongo una mano en mi boca antes de empezar a cruzar la sala con rapidez en dirección al baño.
No reparo en nada ni nadie, por lo que no soy conciente de que alguien me seguía hasta que sin cuidado mis rodillas cayeron sobre el piso frío del baño. Con una mano me sostengo de la taza del baño y sin ningún preámbulo devuelvo lo poco que esta mañana me había obligado a desayunar.
Intento ser silenciosa lo más silenciosa posible, pues el baño no está muy lejos de la sala de estar. Un par de arcadas más me hacen vaciar totalmente mi estómago, y es entonces cuando una mano se posa en mi espalda.
De inmediato doy un salto en mi lugar y mi corazón se acelera mucho más, pero suelto una gran bocanada de aire al mirar que la persona que más ha seguido hasta aquí es Camerón en miniatura.
Sus ojitos iguales a los de su padre me observan con curiosidad y cierta preocupación.
—¿Estás bien tía?—pregunta en su susurro, entonando la mirada de mi rostro al lugar dónde acabo de vomitar.— ¿Quieres que busque a papi?
Niego de inmediato y me levanto con cuidado.
Una vez sobre mis pies bajo la cadena del retrete y de inmediato el vómito desaparece. Le sonrío al paqueño para hacerle saber que estoy bien y camino hasta el lavado.
—No pasa nada, mi amor.— le digo y él sigue moviéndose hacia donde yo lo hago.— Estoy bien.— añado mirando mi reflejo en el espejo del lavado.— Todo está bien.— susurro una vez más, pero estas últimas palabras son más para mí misma.
Con él custodiando que lo que digo es verdad, enjuago mi boca e intento arreglar las hebras desordenadas de mi cabello suelto. Cuando finalmente considero que puedo salir sin que nadie sé de cuenta de lo que acabo de hacer, acaricio el cabello oscuro de Jess para luego tomar su manita y salir de baño en compañía de él.
Grandes nervios me atraviesa el corazón cuando caigo en cuenta de que así como Jess se dió cuenta de mi huída al baño, los demás en la sala también pudieron hacerlo. El darme cuenta de eso provoca que mis pasos cesen su recorrido ante el terror que me provoca tener que enfrentarlo sí es que se ha dado cuenta.
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Mil pedazos.
De TodoPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...