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Abril, 17



El Jet aterrizó en Seattle justo diez horas después que despegó en Moscú. En este momento eran las siete treinta de la mañana y nuestro auto estaba estacionando frente a mi edificio. Miro la entrada del lugar repleta de gente entrando y saliendo sin fijarse en nada más que no sean ellos y sus cosas.

Está era una de las horas más movidas del edificio, pues todos estaban apurados por llegar a sus respectivos trabajos a tiempo. Dejo de mirar por la ventanilla polarizada del auto que un hombre en la pista, nos entrego, y giro la cabeza a mi izquierda para ver a Damián.

Ponte la capucha de la sudadera.— estaba un poco molesto porqué lo obligué a usar una sudadera que no combinaba ni con el color de su pantalón de vestir.

—No sé que pretendes con esto, sí igual...

—Parece que no entiendes la gravedad del asunto.— interrumpo un poco molesta, él abre la boca para decir algo pero vuelvo a hablar antes de qué lo haga él.—No, no digas nada. Ponte la puta capucha y baja mantén la cabeza gacha hasta que lleguemos al apartamento.—se pone la capucha de mala gana y asiente mirando al frente.

—Sí a lo que temes es a qué me vean contigo, tranquila— abre su puerta y sale sin dejarse mirar la cara. Me bajo también y por encima del auto lo veo abrir la puerta trasera para sacar a nuestra hija que aún sigue dormida.— prometo que sólo iré por las llaves de mi casa, tomaré de vuelta a mi hija y me iré para no causarte ningún problema.

Tomo el puente de mi nariz con mis dedos y cierro los ojos para soltar un suspiro de impaciencia. Levanto la cara lo miro sacar a la niña de auto, acomodarla en sus brazos y luego cerrar la puerta del vehículo. Me da una última mirada enojada y rodea el auto por la parte trasera para empezar a caminar a las puertas del edificio.

Aprieto los labios y niego mientras empiezo a andar detrás de él. Va a unos tres o dos metros y medios delante de mí, por lo qué llega a las puertas del edificio antes de que yo lo haga, pero Cristián no lo deja entrar. El eficiente portero, lo mira con desconfianza y le prohíbe el paso al interior del lugar al dueño de ese y muchos otros edificios, y es qué por primera vez en su vida la bestia me ha obedecido y a pesar de qué no le han permitido entrar a su propiedad, se mantiene con la cabeza gacha y de esa manera la capucha le cubre casi toda la cara, Mía tiene la cara escondida en el cuello de su padre por lo qué el chico tampoco puede reconocerla a ella.

—Buenos días, Cristián.— le sonrío llegando a su lugar y deteniéndome al lado de la bestia.

El hombre de aproximadamente mi edad, quita sus desconfiandos ojos de Damián y me mira esbozando una sonrisa tierna y amable. Arregla su uniforme inconscientemente y asiente en mi dirección.

—Señora Webster,— mira a Damián por el rabillo del ojo y vuelve a mí.— es un placer verla, ya la extrañabamos.— sonrío amable.

—También es un gusto verte.— digo cordial y toco el brazo de Damián, sus ojos van a mi mano, luego a mí y después a él.— Él viene conmigo.

Cristián frunce el ceño, trata de decirme algo con la mirada pero la verdad no soy capaz de entenderle, por lo qué al ver mi confusión se inclina un poco hacia a mí y me susurra:

—Está segura, señora webster.— frunzo el ceño por unos segundos.— ¿Necesita ayuda? ¿La está amenazando?— sé que Damián ha escuchado nuestra conversación confidencial, cuando uno de sus gruñidos llega a mis oídos.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora