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Mayo, 01.

Damián Webster.

Me cruzo de brazos y con impaciencia hago resonar mis zapatos con el piso de la casa, logrando así que la rubia me dedique una mirada por encima del hombro y haga una mueca de desagrado y poca tolerancia en mi dirección.

Hace dos días que esa pequeña nació y aún nadie sale del embeleso, ni siquiera mi hija me ha prestado la suficiente atención en los últimos días, todo en lo que ella y el pequeño Jesserd pueden pensar y hablar es de la pequeña Camille, la euforia de la tarde del domingo no les ha bajado ni un poco y lo peor es que el bebé ni siquiera voltea a mirarlos.

Ámbar vuelve a ignorarme por milésima vez en los últimos cinco minutos y contengo las ganas de gritarle para que no lo vuelva a hacer. Miro el reloj en mi muñeca y resoplo fuerte para volver a llamar su atención, pero esta vez ni siquiera hace el intento de volver a verme y eso me indigna.

¿Quién carajos se cree?

—Vamos a llegar tarde.— digo en voz alta desde mi lugar haciendo que todos a excepción de los pequeños que miran con adoración a la bebé, volteen a mirarme.

Ámbar suelta aire y se disculpa con todos antes de empezar a caminar hacia mí que estoy recostado del marco de la puerta de la habitación principal de la casa del idiota de Cooper. Todas las personas que hemos convivido en la casa desde el sábado en la tarde están aquí, dándole su dosis diaria y exagerada de cariño y adoración a la pequeña Cooper. No tenía de otra que venir también, era esto o quedarme en la sala de estar solo mientras moría de aburrimiento.

—El vuelo sale a las diez de la mañana.— me dice en un susurro cuando se detiene frente a mí. Desde mi altura y con los brazos cruzados la miro y hago una mueca de desagrado.— Son las ochos, tenemos tiempo.

—Pero deberíamos irnos ahora y esperar en el aeropuerto.— cierra los ojos con frustración y con el mismo sentimiento se frota la cara con la palma de una de sus manos.— Quiero irme, recuerda que debo reunirme con el abogado.— presiono, ella aprieta los labios y toma uno de mis brazos cruzados para luego impulsarme a caminar con ella.

Lleva un vestido blanco de verano, la parte de arriba se ajusta con sensualidad y delicadeza a sus pechos y la falda se ajusta a su cintura y cae con soltura y sutileza hasta la mitad de sus muslos. A pesar de que sigue sosteniendo mi brazo está delante de mí por dos pasos aproximadamente, camina con seguridad y arrogancia, y a medida que avanza el cantoneo de sus caderas es totalmente imposible de ignorar. La falda del vestido moviéndose al compás de sus pasos sólo incita a meter mis manos por debajo de él hasta apretar sus nalgas con todas las ganas reprimidas que tengo.

Tres noches llevo durmiendo con ella a solas y no hemos pasado a más de besos y toqueteos inocentes. La tensión sexual que le traigo sobrepasa lo inhumano, pero la maldita no me deja avanzar y ¡Maldición! ¡Odio eso!

El sonido de sus zapatos deja de sonar contra el piso y salgo de mis pensamientos para fijarme en ella. Abre la puerta de la habitación que hemos compartido y sin soltarme avanza, camina directo al pequeño closet de madera que hemos estado ocupando en los últimos días y cuando nos detenemos en frente me suelta. Me dedica una mirada por encima del hombro, haciendo que su larga y sedosa cabellera se mueva de un lado a otro.

Una maldita hermosura, toda una muñeca.

—Estás ansioso por irte y ni siquiera has empacado tus cosas.— dice abriendo el clóset y mirando únicamente mis prendas, dónde antes estaban las de ambos. Gira sobre sus talones y cruzándose de brazos me dedica una mirada de reproche junto a una ceja levantada.— ¿A caso esperas que venga yo y lo haga por tí?

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora