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Noviembre,11

Damián.



—Buenas noches, señor.— saluda Lennyn cuando llego al edificio y me adentro al recibidor.

Lo miro y paso la vista a los otros dos únicos guardias que trabajan con él.

—Buenas noches.— saludo empezando a quitarme la chaqueta del traje.

—Necesita que nos quedemos aquí o qué subamos y hagamos guardia en el penthause.— pregunta y volteo a mirarlo una vez más.

Aprieto los labios y niego.

—Puedes irte a tu casa, Lennyn.— le digo.— Y ellos también.

—Señor...

—Pueden regresar mañana, no los estoy echando.— aclaro y sonríe empezando a asentir.

—Muchas gracias, señor, y disculpe.— asiento y empieza a andar hacia sus compañeros.

Entiendo su miedo a perder el trabajo, y es que hace unos meses despedí a todo el personal de suguridad privado, y sí él está aquí es porque pidió no ser despedido alegando que estaba por tener otro hijo y necesitaba el trabajo.

Ya no necesitaba guardias, pues no tenía a nadie a quién cuidar, pero aún así le dije que podía quedarse con tres de sus hombres más confiables. Ahora hacían más parte de la seguridad del edificio que de la mía.

—Que tenga buenas noches, señor Webster.— saluda ahora el chico detrás del mostrador y le doy una mirada antes de asentir en su dirección y encerrarme en el elevador.

El ascensor sube y abre sus puertas frente al salón principal vacío. Entro al apartamento encontrándome con Rebecca sentada en el sofá, está hablando por teléfono y se levanta abruptamente cuando me ve entrar.

—¡Disculpe, señor!— habla con rapidez al tiempo que se quita el celular de la oreja y yo empiezo a caminar sin ponerle atención.— La señora...

—No estoy preguntándote nada.— aclaro haciéndola callar mientras me dirijo directamente al segundo piso.

Camino a paso firme por el pasillo hasta entrar a la habitación cerrando la puerta a mis espaldas. Lanzo la chaqueta sobre uno de los sofás y saco del bolsillo de mi pantalón una cajetilla de cigarros y el escendedor. Me acuesto en la cama apoyando mi espalda alta y cabeza sobre varias almohadas.

Fijo la vista en el ventanal frente a la cama y me pierdo entre el cielo oscuro mientras enciendo el primer cigarro.

«Estoy bien» me digo a mí mismo dando la primera calada al tiempo que me quito los zapatos utilizando los dedos de los pies.

Han pasado cinco meses y estoy bien. Hansel y su familia dejaron de existir para mí. No he vueltos a verlos a pesar que no es mucha la distancia que separa nuestros edificios. Quizás sea porque durante el día, no paro en casa ni me acerco por el aquí.

Después de aquella tarde, volvió a llamarme un par de veces y está vez fuí yo quien bloqueó su número, de hecho terminé comprándome un número telefónico nuevo, y él ya no me llamó jamás, tampoco insistió en encontrarme.

Aquello que le dije hace tres meses, lo dije muy en serio, y ahora no soy más que el espectro del hombre que murió esa tarde. ¿Para que que seguir dándole largas al asunto? La niña no iba a perdónarme sin antes llevarle a su madre, y su madre... Su madre era más un cadáver que cualquier otra cosa.

Niego soltando el humo que impregna la habitación con el olor a nicotina.

Así que impuse aquello, que era y sigo creyendo que es lo mejor. Hansel la cuidaría mejor de lo que lo haría yo, y en definitiva no me equivoqué al decir que ahí moría mi relación con la niña.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora