Marzo, 16
Miro la hora en el reloj de mi muñeca y soltando un suspiro me levanto y voy al baño privado de la oficina, de la misma que antes era de Damián. Observo mi reflejo en el espejo del lavado del lugar por unos segundos antes de sacar de mi bolso negro el labial carmín que pinta mis labios.
El celular suena mientras paso el labial por mis labios hasta dejarlos aún más rojos. Miro la pantalla del teléfono que está dentro del bolso y el nombre de Tristán aparece en la pantalla. Respondo la llamada y la dejo en manos libre para seguir retocando mi maquillaje antes de irme.
—¿Si?—digo al descolgar.—Hey, estoy llegando por tí— dice y frunzo mis cejas.
—¿Por qué?—pregunto como tonta sin dejar de pintar mis labios—no creo que sea necesario, además hoy tengo que ir por los niños.
—Te acompaño—se ofrece y vuelvo a poner la tapa del labial.— aún estamos a tiempo, luego podemos ir a almorzar.Suelto un suspiro silencioso.
—He traído mi auto, Tris.—digo en un tono de voz más bajo.
—Puedes decirle a alguien de la empresa que lo lleve a tu edificio, Ámbar— soluciona.
Cierro mis ojos con fuerza por unos segundos y mentalmente cuento hasta diez.
—Te espero abajo.— digo finalmente y en respuesta recibo un "Muy bien, hermosa" y la llamada se cuelga.
Me miro por última vez en el espejo y doy una leve sonrisa; pelo suelto en perfectas hondas hasta un poco más abajo de la parte baja de mi espalda, vestido blanco de mangas largas y ceñido a mi cuerpo, tacones de aguja negros que combinan a la perfección con mi bolso. Perfecta.
Vuelvo a tomar el bolso y salgo del baño, camino directo a la computadora sobre el escritorio para apagarla antes de irme. Echo un vistazo al lugar y después de asegurarme que todo este perfecto, salgo de la oficina sobre las once y cuarenta de la mañana.
Hoy no hubo mucho trabajo como ayer o los días anteriores. Cierro las puertas de caoba a mis espaldas y camino directo al ascensor. Las miradas no se molestan en disimular su atención en mí, son pesadas, tanto que cinco años atrás me hubiese hecho chiquitata e incluso no hubiera dudado en salir corriendo y esconderme de ellas. Pero lo que hago ahora es hincharme más de altanería y soberbia, mis pasos se hacen aún más seguros y el cantoneo de mis caderas al caminar no pasa desapercibido.
Mis ojos se mantienen al frente con la mirada fría, seria e inexpresiva, no me detengo a mirar a nadie, no giro mi cabeza a ningún lado hasta que llegó frente al escritorio de mi secretaria que está justo frente a las puertas del ascensor.
—Me retiro,— le digo— asegúrate de dejar todo listo para la junta de mañana a las ocho con los italianos, luego de eso puedes retirarte.
—Por supuesto, señora Webster,— le sonrío cordial— que te tenga un buen día.
—Tú igual, Luiza.— y con eso avanzo los metros que me separan del ascensor privado que abre sus puertas tan rápido como preciono el botón.
Entró y poco minutos después que las puertas se cierran el elevador se detiene y me deja en el recibidor. Tan pronto salgo, las miradas vuelven a ponerse sobre mí y me siguen hasta que salgo fuera del edificio. El cielo está nublado, pronto caerá una gran tormenta así que debo apresurarme en ir por los niños al colegio.

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Mil pedazos.
RandomPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...