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Damián Webster.

—Estoy enseñándole a leer ¿Sabes?— le digo en un susurro mientras peino las puntas de su cabello con el peine que traje hace días.— Dice que Noah está aprendiendo y que ella quiere ganarle...— guardo silencio y detengo el movimiento de mis manos, poniendo toda mi atención en ella.

Mis ojos se humedecen y bajo la vista a su mano dudando un segundo antes de tomarla y traerla a mis labios para dejar un cuidadoso beso en ella. La siento frágil, se mira frágil. Su piel está muchísimo más pálida de lo normal, las medias lunas bajo sus ojos se escurencen aún más con el pasar de los días.

Han pasado dos semanas desde el accidente y aún la manguera del respirador artificial está conectada a su boca, impidiendole poder cerrarla. No se mueve, no se queja, no ejerce ni el más mínimo movimiento que indique que en realidad está aquí, o por lo menos que está mejorando.

Simplemente se mantiene acostada como sí fuera un mueble más de la maldita habitación de hospital. Durante el día la habitación es concurrida por enfermeras y médicos que vienen para evaluar su estado, pero el resultado a cada prueba y análisis siempre es el mismo.

«Sigue en coma.»

«No sabemos cuanto pueda durar en ese estado.»

«Todo depende de ella.»

«No podemos hacer mucho.»

Dejo mis labios sobre el dorso de su mano y cierro los ojos con fuerza dejando salir las lágrimas de frustración e incertidumbre que no me ha dejado pasar bocado en los últimos días.

—Perdóname nena.— susurro abriendo los ojos y posando la mirada en su rostro que con el pasar de los días empieza a verse más delgado.— Te suplico perdón por todo lo que te hecho, pero no me hagas esto, no te vayas. No nos dejes solos...

Suelto su mano y vuelvo a colocarla con delicadeza en su lugar. Limpio mi rostro con el dorso de mis manos y me fijo en sus facciones; sus pestañas castañas, su nariz pequeña, labios redondos que yacen abiertos, sus cejas... Es tan hermosa y me afecta verla aquí; sumergida en un sueño del cual no sé si vaya a despertar algún día, está ida, y se me hace un nudo en la garganta y en el corazón al recordas sus muecas, mohínes, el movimiento calmado de sus labios al hablar.

Los recuerdo invanden y la veo sonriéndome, burlándose de mí, nuestra boda, la veo cargando a nuestra bebé por primera vez, su sonrisa y lágrimas al hacerlo... Al final la tengo, la tengo conmigo pero la extraño con toda el alma porque simplemente está no es ella, no es mi Ámbar, no es mi muñeca.

Extraño lo que es, su esencia, todo lo que representa su presencia. La extraño con vehemencia a pesar de tenerla aquí. La hecho de menos, porque su cuerpo no me sirve de nada sí no me mira aunque sea con odio, sí no me habla o no me grita, no me sirve de nada sí no puedo aunque sea verla ser ella de lejos.

—Tienes que volver, bebé.— susurro levantándome del banco acolchonado para besar su frente.— Mía te extraña mucho y constantemente pregunta cuando regresarás...— dejo mis labios sobre su frente y cierro los ojos.— Cuando regresarán.— me corrijo a mí mismo bajando aún más la voz.— Necesita a su mamá y le duele no tenerte.— acaricio su mejilla con cuidado.— Regresa nena, por favor, regresa y juro hacerme a un lado.

Suelto un suspiro y vuelvo a sentarme en el banco. La miro atentamente por varios segundos esperando a que mis palabras surcan efecto y pase lo que desde hace días ansío que suceda, pero nada, nuevame me sigo viendo envuelto en el silencio e inmutismo de la habitación, provocando que el pitido que emerge de la máquina que muestra los latidos de su corazón me taladre el cerebro.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora