Bajamos por la calle a mano izquierda, siguiendo la estela de un ambiente concurrido. Las voces se escuchaban mezcladas con el devenir de los coches. La vida urbanita se estilaba en aquel tipo de días, extrañamente cálidos. Tuve que bordear un poco en mi trayectoria para evitar a un grupo de adolescentes que estaban agolpados frente a un escaparate de artículos electrónicos; entusiasmados al contemplar las consolas de última generación que habían salido al mercado. Aquel era un barrio bastante comercial, lleno de pequeñas tiendas en cada esquina que competían por subsistir armoniosamente entre sí y tratando de no sucumbir ante los grandes centros comerciales que solían ser más que nocivos para la supervivencia de este tipo de establecimientos que, a día de hoy, pocos quedan... Me pegué casi a la pared cuando un coche de color gris se acercó por la derecha. Busqué con ahínco algún cartel o algo similar que me indicase la ubicación de la tienda de bitties. Quería llegar cuanto antes y alejarme de aquel tumulto. El bicho de mi hombro se mantenía sereno en su puesto, sin embargo, podía sentir como se aferraba al cuello de mi camisa cuando alguien se nos acercaba demasiado y yo bajaba la mirada al suelo para evitar tener que saludar a nadie. Al fin, vi que un cartelito de colores suaves pendoneaba en su clavo, con una inscripción que me hizo sonreír. Era nuestro destino. Sin embargo, una sorpresa nos asaltó al llegar a la puerta.
—Está cerrada...
Ante mi murmullo, y el cartel garabateado con prisas y colgado con un trozo de cinta aislante, el bitty me dio una mirada llena de ansiedad. Al parecer, aunque su horario indicaba lo contrario, en aquel papel mal colocado en la puerta se daba a entender que, por alguna razón, aquel día el local estaría cerrado al público. Resoplé, molesta por la falta de información y por la idea de haber hecho todo el camino en vano. Un susurro sonó cerca de mi oído. Con voz trémula, el bittie preguntó:
—¿Qué debemos hacer?
—Pues ahora mismo no podemos hacer gran cosa. —Me resigné. —Supongo que es mejor que vayamos a mi casa y mañana probemos a volver.
El pequeño no dijo nada. Así pues, nuestra incursión finalizó con un estrepitoso fracaso.
[.....]
Al llegar a casa nos sentíamos un tanto abatidos. No era como si quisiese librarme del bitty porque lo considerase una molestia o algo así, pero estaba preocupada por la situación. No estaba preparada para acoger de buenas a primeras a alguien a quien no conocía apenas, por muy buena que fuese mi intención al recogerle de la calle la noche anterior. Sin embargo, no hice ningún comentario al respecto. Había sido mi decisión y debía ser responsable de ella, aparte de cumplir mi palabra sobre prestarle la ayuda que pudiera necesitar. Él, por su parte, había permanecido todo el camino en un silencio hueco. Parecía que se sentía culpable.
En el momento que abrí la puerta, noté como un par de patitas se me echaban encima, apoyándose en mis muslos desde el suelo, en forma de saludo. Dejé las llaves en el mueble con espejo de la entrada y me agaché a saludar. Besé brevemente la frente gris del perro y, tras un par de caricias, seguí mi camino. Vi que la can también me miraba desde el sofá, con las orejas gachas y moviendo el rabo ligeramente. Sin embargo, no se levantó de su sitio.
—Joder, Way... —me quejé, como habitualmente—. Al menos podrías levantarte a saludar... —Sacó la lengua durante un segundo y se tapó la cara con una pata, en seña de sumisión. La ignoré.
Pasé a través del salón y fui a mi habitación. Dejé bajar al silencioso bitty y se sentó encima de los libros que tenía sobre la mesilla de noche. Suspiré. El ambiente se sentía muy tenso. Por lo pronto me quité la cazadora, los guantes negros y el pañuelo morado del cuello, descalcé mis pies y mis botas se quedaron por algún lugar aleatorio del suelo del cuarto sin que me importase. Más cómoda, cogí un par de pantuflas y me deshice la trenza mientras me sentaba en la cama, dejando los bucles de mi cabello pendonear a su antojo. Observé a mi acompañante.
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Órbita. (Bittybones)
FanfictionLa cotidianidad de mi mundo solitario y silencioso es lo que conozco como vida... Nunca ha sido demasiado emocionante, pero trato de mantener mi existencia con la armonía que me procure suficiente emoción para no quebrarme demasiado pronto. Al menos...