🦴 Capítulo 10.

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Lo cierto es que la ciudad ya estaba bastante despierta. Aún siendo día festivo para la gran mayoría, muchas personas adornaban las calles con sus precipitados pasos. Eran menos de las que se habituaban en el resto de la semana, pero aun así eran las suficientes como para preservar la vida del tráfico y las aceras. Con paso ligero, no tardé en llegar a la plazoleta donde habíamos almorzado el día anterior.

En todo el camino, el bitty y yo no habíamos hablado en ningún momento. Por algún motivo, no encontraba ningún tema de conversación apropiado para romper el hielo, y él parecía portar una desazón muy pronunciada en su inquebrantable silencio. Se dedicaba a mantener la mirada fija en el pavimento mientras jugueteaba de forma nerviosa con el pliegue de su capa. Yo me preguntaba para mis adentros si había dicho o hecho algo que le pudiera haber ofendido. Sentía un vacío doloroso en el estómago. Y, en el momento en el que llegamos al cruce de la calle donde estaba la tienda de bitties, la sensación desagradable aumentó. Me paralizó. Fue como si alguien me hubiera dado un fortísimo grito para que me detuviese. Al notar el parón, el pequeño monstruo no tardó en zarandear su mano en mi bufanda para llamar mi atención.

—¿Señorita Dew...? —La preocupación latía en su voz. Le sonreí, tranquilizadora. Pero al mirar otra vez en dirección a la tienda, una idea abordó precipitada a mi cabeza.

—¿Le apetece ir a tomar algo para el almuerzo?

El cachorro se mostró algo desconcertado por la propuesta, pero, para mi sorpresa, asintió.

Llegamos a la misma cafetería del día anterior y tomamos asiento en el mismo lugar. Incluso nos atendió el monstruo de la otra vez, el cual sonrió al reconocernos. Tomó nota y se apresuró a dejarnos solos, siendo lo suficientemente sutil como para no hacer comentarios sobre nuestras expresiones ausentes. Perturbada por el incómodo ambiente, me forcé a sonreír.

—Parece que hace un buen día, ¿eh?

El bittie, educado, murmuró una respuesta escueta a mi oración. Y la conversación murió de nuevo... Me mordí el labio inferior, sin saber qué decir. Para nuestra fortuna, el camarero llegó con el pedido. Por la misma urgencia al tomar la taza y beber de ella, una vez el plumífero camarero se perdió de la vista, no llegué a medir bien la temperatura de la bebida y me acabé quemando los labios, cosa que hizo que soltase una maldición y me precipitase a dejar la taza en su lugar nuevamente entre una lluvia de improperios musitados en voz baja que solo llegó a escuchar mi compañero. Al ver la escena, el cachorro soltó una pequeña risa. Luego se tapó la boca y se disculpó, no queriendo herir mis sentimientos al burlarse. Yo desmerecí su gesto, tranquilizándole.

—Ha sido mi culpa —reconocí—. Además, merece la pena hacer el ridículo si con ello puedo hacer que usted sonría de nuevo...

El pequeño abrió los ojos, sorprendido. Después, para mi regocijo, me dedicó otra tímida sonrisilla, desviando un poco los ojos.

—Creí que no se había percatado...

Alcé las cejas.

—¿De qué está inusualmente callado, que la incomodidad flota en el ambiente y que no para de retorcer su capa porque quiere decir algo, pero parece ser que no sabe cómo hacerlo? No, no me he percatado para nada.

Ante mi ironía, el monstruo se removió. Se masajeó un poco el cuello mientras trataba de controlar la mueca de su boca.

—Por mucho que me gustaría decir lo que pienso sé que no es una buena idea. Sería egoísta de mi parte y le ocasionaría problemas a usted... No quiero eso. Por lo que le ruego que no me lo tenga en cuenta, señorita... Estoy muy agradecido por la ayuda y la hospitalidad que me ha prestado hasta ahora. Por ello, y aunque sé que le resultará complicado, prefiero callarme ahora. Solo permítame pedirle que no se preocupe, no es como si usted hubiese hecho algo malo —su voz se tornó en un murmullo que me costó distinguir—, más bien ha hecho justamente lo contrario...

Órbita. (Bittybones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora