🦴 Capítulo 63.

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Estaba marchita. No había nada que hacer para salvarla. Los tallos eran marrones y escuálidos, siendo que en las partes más secas se habían acabado por tornar en negro. Aquellas hojas, antaño con formas de corazones veteados en verde oscuro y de líneas blanquecinas, ahora tenían un tinte grisáceo en las arrugadas superficies, las cuales se habían ido retrayendo sobre sí mismas al perder su expresión. No habría vástago alguno que pudiera alzarse del amasijo yerto. Y las flores... ¡Ah, las flores! Habían sido las primeras en desvanecer por el calor de la estación... Corona colorida, aquella corola perdida, en el suelo tendida. Solo unas pocas pudieron resistir la gravedad y se asían con debilidad a los restos que pendían. Sin embargo, el color rosado y el blanco inmaculado había sido transmutados en un pardo embarrado... La mirases por donde la miraras, cualquiera ya hubiese desahuciado a aquella planta. No había vida en ella, ya fuera por el estudio de Pluto, mis cuidados enfermizos o la devoción que le habíamos profesado en el intento de su recuperación. Y, sin embargo, la mantuve conmigo. Por mi orgullo lo haría. Y nadie me lo podría negar.

Hacía mucho calor en el patio. El sol pegaba en nuestras espaldas desde el oeste, siendo cerca del anochecer, pero la temperatura aún era bastante alta, en consecuencia a la aptitud de la estación en la que nos hallábamos. Con todo mi corazón detestaba el verano, y estábamos en todo su esplendor. Finales de julio para hacerme sufrir por la vuelta al calendario y sabiendo que aún quedaría para alcanzar el impetuoso otoño... Suspiré. Al oírme, el Slate, quién estaba a mi lado sobre el escalón sentado, me echó una mirada perezosa. Al verlo, le di una sonrisa cansada, a la que respondió en silencio con un pestañeo y un gesto divertido. Luego prosiguió acariciando el pelaje marrón de Way, quién estaba echada sobre el cálido y duro suelo.

Mercury ni siquiera nos miró, demasiado ensimismado en apreciar la caricia de los últimos rayos de sol antes de que el firmamento tomase forma, intuyendo ya el trazo de algún astro errante que se iba apareciendo. Sirio, por supuesto, ya ocupaba su lugar de manera visible en el lienzo arrebolado que techaba nuestro mundo, como una pincelada puntillosa en plata sobre el fondo cálido. Mitad de estación de estío... Me hizo hacer recuento, para darme cuenta de que, sin apenas percatarme de ello, había superado los cuatro meses con los bitties, siendo ya siete con el Omni. Era sorprendente, la manera en la que se discurrían las semanas sin percatarme casi de ello. Y, sin embargo, no tuve demasiada oportunidad para poder pensar en todo eso, porque una consecución de gritos se escucharon a través de la pared de ladrillo, llamando nuestra atención desde el interior de la casa.

—¡no te estoy pidiendo que hables con nadie, solo que salgas a tomar un poco el aire, neptune! ¡has estado aquí encerrado durante días! —Un murmullo malhumorado en respuesta ininteligible. —¡no me importa, sal de una vez, y deja de ser tan duro de cráneo!

Era la voz de Saturn que, como era habitual, discutía con su hermano menor... Hubo algún que otro bramido más, pero, tras compartir un par de miradas divertidas, lo dejamos pasar... Mercury se permitió dar un pequeño suspiro, sin realmente añadir algo o dar observaciones a lo ocurrido; Pluto y yo nos reímos en voz baja al notar el agotamiento del Omni, comprendiendo bien su estado.

Al verme todavía sentada en el suelo, trasteando con la planta y sus mustios tallos, el monstruo de la calavera quebrada se me acercó, dejando el masaje de la perra, e hizo un amago para indicar que quería subirse a mi regazo. Lo permití, sin problema. Él se apoyó en mi vientre, sobre el cinturón oscuro que yo vestía, y se quedó mirando con un deje de tristeza la planta. Al notar su silencio, decidí hablar yo primero...

—¿Cómo la ves? —pregunté en un murmullo.

Al percibir mi voz, el bittie alzó su cabeza durante un segundo, mirándome. Al distinguir que la trayectoria de mis ojos se dirigía a la flor marchita, se quedó un rato en silencio... Acabó arrastrando las palabras en un tono de cansada resignación que me hirió el alma.

Órbita. (Bittybones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora