🦴 Capítulo 02.

131 17 9
                                    

En el camino de vuelta a mi casa no pronunciamos palabra alguna entre nosotros. Fui directamente sin desviarme ni parar más que para dejar a los perros hacer sus cosas; objetivo primordial de aquel paseo. Luego, volví sobre mis pasos sin más contratiempos. El bitty permaneció todo el paseo en un silencio sepulcral, inmóvil sobre mi mano. Tuve que apoyar el antebrazo encima de mi estómago, para intentar distraer el dolor que suponía mantener la posición forzada del brazo, tratando de no hacer caer al monstruo, ni que se balanceara o se asustase. Seguía sintiendo sus temblores... Al poco rato, llegamos frente a mi puerta. Con las dos correas en una mano y el pequeño en la otra, tuve que contorsionarme un poco para alcanzar las llaves de mi bolsillo. Sin embargo, antes de abrir la puerta tras incrustar la pieza correspondiente en la cerradura, me detuve en seco al recordar algo importante. Con un suspiro y soltando una maldición en voz baja, alcé al bittie hasta la altura de mi rostro para hablarle. Lucía cohibido por la repentina cercanía.

—Discúlpeme, pero hay algo que debo advertirle antes de entrar... —Señalé con la cabeza a mis perros—. Ellos no son los únicos que viven conmigo. Quien está tras esa puerta tiene autonomía propia, desoye mis órdenes y regaños y, lamentablemente, no podré protegerle a usted en el peor de los casos. —El pequeño monstruo puso cara de espanto, por lo que me apresuré a añadir: —¡Sin embargo no tiene de qué preocuparse! Solo debe permanecer cerca de mí y no hacer tonterías. Todo saldrá bien, puede tranquilizarse.

Con el ceño fruncido y mostrando cierta indecisión, el bitty asintió con la cabeza, lenta y resignadamente. Suspiré de nuevo y abrí la puerta.

Entré en la estancia y me apresuré a encender la luz del salón. Miré en rededor, buscando al cuarto habitante de la casa, pero no estaba en ningún lado. Me encogí de hombros, seguramente estaría tomando una siesta en cualquier rincón. Luego solté a los perros de sus correas y les dejé ir, aunque más bien trataban de alcanzar aún mi otra mano, queriendo olfatear al monstruo. Al ver tan cerca de él a Way, el pequeño se aferró con ambos brazos a uno de mis dedos. Sorprendida por aquello no pude evitar darle una mirada alarmada. Sin embargo, al verle que estaba con los ojos cerrados con fuerza, encogido y firmemente aferrado a mi dedo índice, me desmenucé en ternura. Con instinto protector, le rodeé con la otra mano y le acerqué a mi pecho. Después, dispersé a los dos perros con una voz y la amenaza falsa de propinarles un puntapié. Se alejaron cada cual por su lado, pero todavía podía sentir la ardiente mirada marrón clavada en mis movimientos; expectante y lista para saltar a la acción. Ignoré aquello y me dirigí a la mesa de la cocina, alcancé una silla y me senté.

Dirigí mis ojos oscuros al bulto que asomaba entre mis manos y que arrugaba con sus puños mi camisa. De cerca pude apreciar mejor los rasgos que había intuido en un primer momento en el callejón, viendo las ondulaciones que iban formando los detalles de su rostro y cuerpo. Era ligero y, efectivamente, estaba compuesto de un material duro y blanco que di por hecho que era hueso. Sin embargo, un ligerísimo resplandor se adhería a su silueta, apenas notorio. Supuse que sería algún tipo de magia; una que le permitiese sentir tacto y gesticular expresiones... De lo contrario, no hubiese entendido cómo una criatura hecha de hueso pudiera variar sus líneas de representación física para dar vida a sus diversas emociones no verbales, ni cómo, a pesar de su constitución ósea, aquella criatura fuese tan cálida al tacto... Como si su figura desprendiese calor. Era extraño. Me pregunté si todos los monstruos serían igual de cálidos.

Fue entonces, tras varios minutos de silencio y quietud, cuando el bitty se percató de la posición. Alzó el rostro y, sorprendido por la cercanía y como si acabara de despertar de un estado de miedo catatónico, se apartó con brusquedad. Le dejé ir sin problema y quedó sobre la mesa, a unos treinta centímetros de mi posición en la silla. Me miró fijamente, con unas manchas de morado espolvoreadas sobre los pómulos. Sin saber qué eran aquellas erupciones de tinte de color, me preocupé un poco. No obstante, mantuve la seriedad para no perturbar más de lo necesario.

Órbita. (Bittybones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora