Estaba escribiendo... O al menos lo intentaba. Sentía que las palabras no surgían como deberían... Era como si las ideas inconexas en mi mente, brillando con claridad, no quisieran trabajar para construir puentes que hiciesen de nexo entre sí y que todo fuese orgánico. Era muy frustrante. Me consideraba más una escritora de mapa, pues la idea de lanzarse a la aventura con una mera brújula sin tener idea de cómo se desarrollaría la trama de la historia narrada era demasiado osada para mi percepción. Estaba acostumbrada a mantener cierto control en el mundo y los personajes. Y que todo se pudiera desbocar por la imprudencia de dejarse ir solamente por las circunstancias no me emocionaba. Prefería tener un itinerario que seguir... Pero a veces era inevitable que la creatividad se te resistiera a la hora de rellenar los huecos en blanco del camino a seguir. En aquellos momentos, me desesperaba. No era una falta de ideas, sino que había que buscar una manera de construir la historia de forma funcional y firme para que, en los momentos de tensión, todo pudiese ser armónico. Y ahí estaba, sentada en mi escritorio con el ordenador encendido, con esa molesta línea parpadeante en un fondo en blanco, a la espera de que el documento fuese escrito.
Gruñí, molesta. Cerré el programa y me di una vuelta. Era inútil escribir en esos momentos. A veces me obligaba y empezaba a divagar, haciendo funcionar poco a poco el mecanismo, pero la mayoría de las veces el texto no acababa por encajar en la propia historia. Me tumbé en la cama.
Mi pequeño acompañante, que había sido testigo de cómo degeneraba mi buen humor tras casi una hora de arreglos menores de la historia y la incapacidad de avanzar en la escritura, no tardó en cuestionar mi estado.
—¿Se encuentra bien?
—De puta madre... —dije, sarcástica. —Hoy he escrito tres palabras, ¿acaso eso no es un gran triunfo?
Estaba de mal humor, pero el cachorro solo me ignoró. Por fin había aprendido que, la mayoría de las veces, mis comentarios lacerantes no tenían realmente mala intención ni representaban mis verdaderos sentimientos... En aquel caso lo mejor era, simplemente, ignorar mi tono. Era sencillo una vez lo comprendías. El bitty siguió leyendo mientras hablaba.
—Quizá solo necesite distraerse con otra cosa o descansar...
—¡Pero quiero escribir!
Me lanzó una mirada entre comprensiva y preocupada.
—Lo sé, pero ya ha comprobado que no es el mejor momento para ello. Tómelo con calma... Haga otra cosa mientras.
Inflé mis mejillas de forma infantil.
—No quiero hacer otra cosa. ¡Debo avanzar en la historia!
—Señorita Dew, no sea terca, por favor.
Di un suspiro de frustración. Me volví a dejar caer en la cama, haciendo rebotar los peluches. Tomé en mis manos al dragón gris de felpa y le retorcí un poco las alas, distraídamente. Luego me quedé mirando el techo, pensativa. Podía aguantar bastante bien el tedio del trabajo, pues era alguien paciente y sabía que, de cuando en cuando, esperar o aguantar quieta en silencio formaba parte de mi trabajo. Pero cuando me embargaba aquella sensación en casa era agónico. Normalmente me distraía bien yo sola. Tenía que atender la casa, cuidar de mis animales y podía charlar con el bittie. Por supuesto, tenía muchas formas de distraerme, ya fuese leyendo, dibujando, revisando cosas en el teléfono o el ordenador e incluso a veces viendo algún programa en el televisor, aunque siempre solía acabar poniendo algún anime japonés o dedicándome al videojuego de turno por el que me diese según la época. Pero había días como aquel en los que todos los planes me parecían aburridos o no me apetecían.
Me quedé mirando al techo. En la mañana, cuando estaba en la oficina, se me había ocurrido una buena idea para la historia, pero ahora que habían pasado las horas ya se me había ido la inspiración y no podía plasmarla correctamente en el documento. De ahí nacía mi mal humor. Era como tenerlo al alcance de la mano, pero, al ir a agarrarlo, se desvaneciese dejando tras de sí un humo que se reía de ti a la cara. Únicamente me quedaba una opción... Dormirme. Así al menos mataría al tiempo y descansaría un poco. Por lo que me di la vuelta en la cama y abracé a mi peluche de tigre, desechando la compañía del dragón. Desde muy pequeña acostumbraba a dormir con aquel gran felino salvaje, por lo que no toleraba que otro tratase de usurpar su posición. Pero, aunque lo intenté, el sueño no llegaba... Al final me levanté de un humor de perros de la cama. Pasé por delante de la puerta, dejando al pequeño leer tranquilo. Él no tenía la culpa de mi aburrimiento, por lo que me obligué a mí misma a no molestarle más.
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Órbita. (Bittybones)
FanfictionLa cotidianidad de mi mundo solitario y silencioso es lo que conozco como vida... Nunca ha sido demasiado emocionante, pero trato de mantener mi existencia con la armonía que me procure suficiente emoción para no quebrarme demasiado pronto. Al menos...