Había pasado ya la semana. Era sábado. Se había hecho relativamente corta... Las horas en el trabajo habían supuesto un alivio. Era una buena distracción que me ayudaba a calmarme respecto a lo sucedido con Blonde. Tuve tiempo para pensar detenidamente en las palabras del bitty y templar mis emociones, sopesando bien la idea de adoptarlo. Era una decisión importante. Y estar en el trabajo ayudaba... Me gustaba mucho ir a aquella anodina oficina. Era un lugar tranquilo y en el que no pasaba gran cosa. Aun así, me sentía a gusto en mi mesa, a cargo de las tareas que los demás solían rehusarse a hacer por el tedio. A mí me bastaba. Me calmaba mucho. Incluso me hacía sentirme bien. No es como si fuese el epítome de la felicidad, pero solo con ganarme el sueldo, notar como era de utilidad y ocupar las horas de mi vida con algo más sustancial que la incertidumbre que me pudiera asaltar cada noche sobre las aquellas esquivas razones por las que no conseguía entender al mundo que me rodeaba y por las que se me escapaba la comprensión de mi propia identidad, me mantenía de buen humor... En el resto de la semana no habíamos mencionado la escena de la cocina, por mucho que pensase en ella a menudo. Tuvimos el cuidado de actuar como si nada, para no forzar la maquinaria antes de tiempo y poder reflexionar sobre ello. Conociendo la postura del contrario, la decisión final recaía en mí... Pero el cachorro tuvo la consideración de no agobiarme con ello.
El caso es que, aún tras una semana de un negligente trato humano o monstruoso por mi parte ante el rechazo por la optativa de hablar de forma voluntaria con mis compañeros de trabajo y la postergación de realizar otras llamadas a las personas con las que comparto sangre (pues sabía que mi madre seguía molesta conmigo por rechazar sus invitaciones, y tampoco quería hablar con Blonde) o el nulo intercambio en la mensajería, si hubo realmente algo que me hizo cuidarme de no perder la capacidad vocal fue todo gracias al bitty que, en su buena educación, iba siempre con el cuidado constante de sacar conversación y sonrisas en mi persona con suma facilidad.
Antes, al llegar del trabajo cada día, me dedicaba mayoritariamente a dormir, en pos de descansar de aquella voz interior que me autoflagelaba constantemente. Por supuesto, también me ahogaba en mis pocos pasatiempos de persona aburrida, solitaria y demasiado imaginativa... Sirviéndome de ellos para evitar fantasear con ideas nocivas y ominosas en las que, la mejor manera de remover las emociones de mi era llevarlas a los extremos; cosa que se solía terminar en la más ambigua conclusión de pensar en el sin sentido de una vida indolente en la que, si acaso desapareciera, apenas arrancaría las lágrimas de media docena de personas. Pero las cosas ya no eran así, al menos no en los momentos en los que, con su mera presencia, el pequeño monstruo me acababa por distraer. Llenaba de emoción y armonía esa rutina tediosa y anodina.
Cuando llegó el preciado fin de semana, aquel que secretamente ambos esperábamos ansiosos, el día amaneció amable y su paso fue agradable. No salimos en todo el día, ni siquiera para un matutino paseo. Los canes se tuvieron que contentar con salir al patio a hacer la fotosíntesis de manera arbitraria ante mi negativa egoísta. Luego, por fin, llegó la noche tras un día donde la actividad se hubo ralentizado hasta no ser más que un cúmulo de conversaciones chispeadas en el intercambio de palabras y pensamientos entre una humana hastiada de la vida y un monstruo cuya algarabía se centraba en los lejanos restos de luz muerta en el cielo, una obsesión malsana por el amargo líquido de la cafeína y el despunte de una inteligencia sin igual que lo oprimía con unas ideas entre las que deambulaba sin demasiado placer. Al menos nos teníamos en compañía, discutiendo hasta las altas horas de la nocturnidad por las razones por las que la existencia era tal y como se nos presentaba. Normalmente, las respuestas solo conducían a otras preguntas más frustrantes que las que ya habíamos respondido. Pero era un alivio para ambos sentir que, al menos, no estábamos solos en la batalla contra el pensamiento.
Aquel era el día que, tal y como le había prometido, iríamos a la montaña a ver las estrellas. Teniendo un par de termos preparados en la mochila, me abroché la cazadora a conciencia y me cubrí con un gorro, una bufanda y mi leal par de guantes antes de salir de casa. El monstruo, bien abrigado por su capa, tomó lugar encima de mi hombro tras ahuecar mi cabello para que no le molestase. Way y Snarl iban algo ansiosos, pues no habían salido desde la noche anterior. Así, cerrando bien la puerta de la casa para que el gato no se escapara y los ladrones no pudieran entrar, nos dirigimos a la aventura.
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Órbita. (Bittybones)
FanficLa cotidianidad de mi mundo solitario y silencioso es lo que conozco como vida... Nunca ha sido demasiado emocionante, pero trato de mantener mi existencia con la armonía que me procure suficiente emoción para no quebrarme demasiado pronto. Al menos...