🦴 Capítulo 26.

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Durante el paso de la semana, Mercury avanzó a buen ritmo en su proyecto de confeccionar el mapa de estrellas. Durante las mañanas, cuando yo estaba en el trabajo, se entregaba casi por entero a esa tarea. Aun así, también se entretenía algo en ayudar un poco con la limpieza, sin embargo pronto me quedó claro que aquel no era el fuerte del Omni, al igual que la cocina... Por las tardes se dedicaba a leer en su mayoría hasta que yo llegaba de nuevo de trabajar. Al parecer, cuando llegó el fin de semana debía de haber terminado casi completamente, pues su motivación se mantuvo y, el sábado por la tarde, se encerró en la habitación de invitados donde solía ponerse a trabajar en secreto para que yo no tuviera la tentación de espiarle antes de que estuviera acabado.

En aquel momento yo estaba en el salón. Había conectado mi teléfono al televisor y estaba aprovechando para ver los vídeos, en plan maratón, que se me habían estado acumulando a lo largo de las últimas semanas... Snarl estaba tumbado a mi lado, tirado a lo largo del sofá cómodamente. De vez en cuando hacía algún ruidito en medio de la siesta, como si estuviera ladrando en sueños. Era adorable. Pensé en acariciar su torso, pero me contuve, no queriendo que se fuese a despertar y se quebrase el ambiente tranquilo por sus gruñidos. Por ello, me centré en las palabras y las imágenes que surgían de la pantalla, buscando entretenerme.

En algún momento me entró hambre, por lo que pulsé el botón de pausa para ir en busca de algún tentempié. Llegué a la cocina a oscuras y comencé a tantear en el armario algo que fuese apetitoso. Desdeñé el pan y los frutos secos, de los que ya quedaban pocos, dado el gusto del bitty por ellos. Al final había resultado que tenía una genuina inclinación por todos ellos y, ahora, rara vez no había algún tipo de paquete de los mismos. No solo le gustaron las bellotas, sino que se aficionó a muchos de ellos. Aun así, los ignoré. No me apetecía tampoco un bocadillo. Seguí rebuscando un poco más hasta encontrar lo que quería... Estaba casi al fondo. Eran galletas con chispas de chocolate. Tomé el paquete entero y me llevé una a la boca, posándola y sosteniéndola con los labios, mientras cerraba el armario con el pie. Cogí también un vaso de agua. Estaba llenando el mismo en el grifo de la cocina cuando escuché un grito emocionado desde el pasillo.

—¡Señorita Dew! ¡Lo he terminado!

Salí de la cocina, aún con la galleta en la boca. Vi a Mercury en el suelo, buscándome en el salón. Al oír mis pasos, se giró. Sonrió. Yo mordí el dulce y le pregunté, hablando pausadamente mientras iba comiendo.

—¿Qué has acabado? —dije, tapándome los labios con el dorso de la mano para no asquear al otro por hablar con comida en la boca.

—El atlas estelar. Venga conmigo...

—Tranquilo, ahora te sigo.

Dicho aquello, se dirigió de nuevo a la habitación de invitados. Allí me encontré con que Jingle estaba durmiendo en medio de la cama vacía. Dejé el vaso de agua y las galletas en la mesilla de noche. El gato levantó la cabeza, molesto porque hubiera perturbado su sueño revitalizante. Pero lo importante era lo que estaba en el desordenado escritorio.

En medio de un montón de papeles de bocetos y otros planos desechados, aparte de las herramientas que había ido utilizando, el bitty me enseñó un cuadro, ya enmarcado, donde, con trazos ensayados y elegantes, se veían las formas de muchas constelaciones.  Un amplio círculo encerraba las formas de cada agrupación de estrellas señalada y, en letra diminuta y puntiaguda, Mercury había escrito el nombre de cada astro. En un primer vistazo, parecía un montón de puntos unidos por simples líneas que formaban diversos patrones sencillos, formando una retícula, pero, una vez visto de más cerca, era impresionante el nivel de detalle que le había puesto. Cada estrella estaba justo en su lugar. Un trabajo pulido. Después, debajo del círculo con el mapa, se distinguía en grande la fecha a la que pertenecía aquella carta estelar.

Órbita. (Bittybones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora