🦴 Capítulo 07.

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Un resplandor azul fue el prólogo que me inmiscuyó en aquel universo desconocido. Con el corazón en el puño, creí que no había sido capaz de controlar el impulso agresivo de mi animal y, como consecuencia a mi inepcia, la vida de la criatura rescatada fue cobrada... No fue así. Cuando tuve la oportunidad de mirar me encontré con una escena de lo más insólita. Suspendida en el aire como por cuerdas invisibles, Way se retorcía de forma inútil. Al otro lado del plano, el bitty tenía una de sus agujereadas manos en alto, una cuenca coloreada con un brillante morado eléctrico y una expresión de concentración intensa en el rostro. Sin embargo, lo más curioso era ese haz de luz azul que envolvía el cuadro, que aunque no se apreciase a simple vista se seguía percibiendo. No entendía lo que estaba presenciando, pero no me quedé quieta. Me interpuse aprisa entre ambas especies y, haciendo uso del antebrazo, resarcí mi error al dominar el impulso de la can y corregir su aptitud. En reacción a mis movimientos, el pequeño monstruo relajó su postura y contrajo la feria de luces que parecían manar de él. Se recostó en la puerta del baño, agotado. Por mi parte, no tardé un segundo en tumbar a la perra sobre su espalda, forzándola en una postura sumisa y reteniéndola al sostener su cuello. No mostró demasiada rebeldía y pronto se resignó, aceptando el correctivo. Mis manos, firmes en su lugar, se sumaron a la intensidad de mi expresión. Su agresividad se acabó por romper y conseguí estabilizar la cadena de jerarquía. Solté a Way, quién se retiró con más calma y respeto, sin señal de querer atacar de nuevo al bicho que nos miraba encogido, aún alterado por la situación.

La culpabilidad caló en mis huesos de nuevo. Me mordí el labio inferior, consciente. No había transcurrido ni un solo día desde que, por alguna razón que desconocía, me decidí en la tarea de ayudar a alguien que estaba indefenso, sin más compañero que una tristeza ante la comprensión del desengaño que le produjo el abandono de aquel en quién confió y, seguramente, amó. Le había recogido con la mano desnuda, en la inocua confianza de no sentir los estragos del peligro ante la exposición de una posibilidad de ira o el resentimiento que pudiera haber promulgado el monstruo si el rencor hacia mi raza hubiese estado calado en su corazón. Para después abrirle la puerta de mi casa, alimentando y cuidando su descanso en el cobijo de mi hogar, esmerándome en algo que, en lugar de preocuparme por su deseo, urdí en el placebo para sentir lo magnánimo de mi abnegación hacia él y que, en realidad, no se trataba más que de la arrogancia con la que me regocijaba en mis quedas sonrisas. Le traje a casa, creyendo querer ayudarle, pero más allá de eso le había mostrado lo errado de la situación al desvelar el peligro de mi inconsciencia. La buena voluntad difería demasiado con la realidad como para que pudiésemos fingir... Aquello se reflejó en el semblante del bitty.

Cabeza gacha y con los miembros muertos, acabé arrodillada ante su tremulento grueso. El silencio se palpaba doloroso. Mis uñas largas se clavaron en las palmas por frustración. El miedo, el cansancio y el fiasco... Los intuí sin mirarle siquiera. Un murmullo mortecino rasgó mis cuerdas al no poder soportar el sentimiento.

—Lo lamento... —Me miró fijamente, con una expresión de sorpresa ante la resignación de mi tono. —Quise ayudarle y la situación ha resultado ser mucho más peligrosa para usted por mi ineptitud. Me avergüenzo de lo sucedido, lo siento mucho...

Noté por el borde de mi empañada ventana ocular como un movimiento se infiltraba en el campo visual. Mis manos, apretadas en puño cerrado sobre las rodillas, sintieron el contacto de una caricia. Con un aspaviento, abrí de golpe los ojos, dejando caer las gotas de emoción que había tratado de retener. Tranquilizador, el bittie frotaba su minúscula extremidad contra mi propia piel, luego levantó su rostro; determinado y sereno.

—No se castigue así, señorita... —habló con suavidad—. Usted no tiene la culpa, ni Way tampoco. Es algo natural para ella querer proteger su hogar de extraños. Y no ha ocurrido nada que lamentar. Tranquilícese.

Órbita. (Bittybones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora