🦴 Capítulo 41.

27 7 0
                                    

El lunes por la tarde, tras pasar todo el día en la oficina, estaba muerta en el sofá de casa con Jingle tumbado sobre mis piernas.

El día se me había hecho tremendamente pesado. Sobre todo tras el paseo vespertino con los perros. Me sentía agotada, física y mentalmente. Por fortuna, al volver me di cuenta de que, al menos, los bitties estaban bien. La presencia e intervención de Pluto era muy tranquilizadora en el momento en el que podía confiar en él para hacer de intermediario a la hora de supervisar y calmar mis mascotas, para que no hubiese ningún problema con el Thisle y el Cider; quienes aún no habían tratado demasiado con los animales. Luego, por su parte, Venus y Mercury se habían encargado de elaborar un horario en el que ir repartiendo tareas y así poder cooperar entre todos a que nadie estuviese excesivamente cargado de trabajo. Todos parecían ir entreteniéndose por su cuenta y un horario parecía ser algo que tranquilizaba bastante a algunos de los pequeños monstruos.

No obstante, en aquel momento me importaba más bien poco... Lo cierto era que, aparte de estar cansada, ese día en específico me notaba algo deprimida. No había un motivo en concreto, ni nadie tenía la culpa. Simplemente era que, mientras el día iba transcurriendo encerrada en aquel habitáculo grisáceo frente a la mesa de trabajo y tras redactar un montón de documentos, me asaltó la típica epifanía de saberme estar desperdiciando mi vida por pasar ocho horas diarias maniatada en aquella oficina para poder subsistir en este lugar llamado mundo. La estulticia propia de la vida moderna en la que, la gran mayoría de la población, debemos rendirnos al conformismo para pagar las facturas que te atosigan a cada vuelta de hoja en el calendario. Mi humor era aciago. Y, aún contando con la compañía de los seres que me amaban, a veces tendía a nublar mi pensamiento con aquellas cosas. Un dolor comenzó a subirse hasta mi cráneo, en aras de acabar formando un potente ataque de migraña que explotó cuando el Cider y Pluto entraron por la puerta; al parecer huyendo del sonido de unos gritos molestos. Al verme, se acercaron rápidamente a saludar.

A pesar de estar con los ojos cerrados, noté como se acercaban al escuchar el murmullo de sus pasos. Tuve que esforzarme por no gruñir molesta por la intromisión y el ruido. Oí como me saludaban, así que me vi obligada a desvelar los párpados para devolverles el gesto.

—Hey... ¿Qué hacéis aquí, chicos?

—MI HERMANO Y VENUS ESTABAN UN POCO PESADOS AL INSISTIR EN QUE DEBÍAMOS HACER NUESTRAS TAREAS DE INMEDIATO —explicó el Cider con su voz dulce.

—parece ser que... no confían mucho en nosotros.

—Bueno... No podemos culparles, ¿no? —musité, sin demasiado entusiasmo—. Es más, me extraña que no estén aquí dándome la vara a mí también...

—oye, chica... —me abordó Pluto, notando rápido mi tono de voz apagado. —¿estás bien?

Le lancé una mirada apagada al tiempo que pasaba mi mano por el pelaje blanco y gris del gato.

—Estoy cansada... —suspiré—. Y me está empezando a doler la cabeza. Ha sido un día largo y deprimente...

—¿HA OCURRIDO ALGO MALO? —preguntó el Cider con suavidad. Negué con la cabeza.

—Nah... Podéis estar tranquilos. Nada ha ocurrido. —Mi mirada se nubló un tanto. —Aunque quizá ese haya sido el problema...

—¿necesitas algo? —preguntó el Slate, con cierta preocupación—... ¿tienes hambre?

Le di una sonrisa tranquilizadora. Era algo desgarrador saber que la importancia que le daban aquel cachorro y su hermano a la comida se debiera a pasar tantos años famélicos en el frío y solitario subterráneo. Suspiré.

—No te preocupes... Solo necesito un poco de silencio.

Ambos cachorros complacieron mi petición. Algo que podía destacar de aquel par era que, quizá en parte gracias a sus hábitos de procrastinadores y siendo dos monstruos lo suficientemente tranquilos y casuales en su día a día cuando estaban calmados, tanto el Slate como el Cider habían congeniado bien. En un principio, el del mono vaquero se había sentido muy incómodo e intimidado por la apariencia del más bajo. Su grotesca herida, aparte de su sonrisa permanente y afilada, no eran una imagen realmente amigable. No obstante, aquello no había durado mucho, pues una vez el bitty del colmillo dorado pudo comprobar que todo aquello no era más que fachada y algo superficial, se dio cuenta de que el Slate era alguien muy cariñoso una vez agarraba confianza. Y resultó que al Cider le encantaba recibir y dar muestras de afecto, a pesar de sus dificultades sociales. Pero, volviendo a aquel momento, los bitties no tuvieron inconveniente en prestarse a guardar un cómodo silencio. Sin embargo, mi dicha duró poco cuando, tras un pequeño crujido, el Thisle se teletranportó a la sala.

Órbita. (Bittybones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora