🦴 Capítulo 14.

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Eran sobre las cinco y media de la tarde cuando di un estruendoso grito de dolor.

Había acabado mi jornada laboral vespertina y ya estaba en casa. La tarde había sucedido con más calma que la mañana al saber que el bitty estaría perfectamente por su cuenta. Por eso estaba más tranquila. Durante el almuerzo, el cual sustituí por unos sándwiches ante el desastroso intento del Omni por cocinar, me contó brevemente que habían pasado la mañana bastante calmados. Él se había dedicado a terminar el libro que había estado leyendo en el fin de semana. Por su parte, los perros se habían pasado gran parte del tiempo dormitando y dando algún que otro viaje en la cocina. El gato había salido. No pasó nada fuera de lo ordinario. Ni siquiera se mostraron de forma distinta a cuando yo solía estar presente, aunque Way seguía siendo algo distante al monstruo... Aún con eso, no debíamos temer porque fuesen a hacerle algo... El Omni había sido aceptado en la medida de lo posible y estaba claro que, aún con ciertas distancias, era como si ya lo considerasen de la familia. Eso fue precioso.

Sin embargo, supongo que yo aún emanaba aquella aura de preocupación, pues al volver del trabajo y sentarme de forma descuidada en el sofá durante un rato antes de que nos fuésemos el monstruo y yo al supermercado a hacer la compra, me puse un capítulo de una serie aleatoria para despejar mi cabeza de todo lo que había estado haciendo en el curro. Y ahí fue cuando, tras una acción desidiosa por mi parte, me asaltó un agudo dolor. Había dejado caer mi mano izquierda en el sofá sin prestar atención, con la mala suerte de que allí estaba Jingle enroscado; durmiendo. Se despertó de golpe por el contacto inesperado y se asustó. Dio un salto y me arañó en la mano, específicamente en la muñeca y el dedo pulgar. El grito que di alertó al bittie, quién estaba tranquilamente sentado en la parte alta del sofá.

—¡¿Qué ocurre?!

No respondí, solo me levanté, apretándome la herida del dedo. Sé que era un rasguño, pero son las heridas más tontas y pequeñas las que más duelen. Jingle había desaparecido. Los gatos, cuando se asustan, suelen salir disparados a esconderse. Cuando me atreví a mirar los arañazos, vi que la piel estaba levantada. La arranqué sin pensármelo. El monstruo me iba siguiendo por la habitación, mientras yo daba vueltas como una imbécil. Al final, llegué a la conclusión de, al menos, desinfectar los cortes. Sobre todo los de la muñeca. Era curioso como, inconscientemente, el gato había acertado a clavar la garra justo entre las dos venas más visibles, sin perforarlas... Ni apuntando adrede lo hubiese logrado mejor. Fui al baño, para lavarme aquellas heridas minúsculas. Un preocupado Omni me siguió hasta allí y se subió al lavabo, teletransportándose. No quería que se diese cuenta de lo ocurrido. Era una ridiculez. Me avergonzaba haber armado tanto escándalo por una idiotez. E intenté ignorarle cuando volvió a preguntar qué ocurría, pero al ver que le hacía oídos sordos se puso serio. Suspiré. Me marqué un farol y traté de sonreír.

—Tranquilo... No es nada.

A esas alturas, al ver que seguía apretando la mano para que no siguiese sangrando y que él no viese lo que ocurría, pareció intuir lo sucedido... Era sagaz como una madre entrenada para pillar las mentiras de su hijo.

—¿Jingle le ha lastimado? ¿Está muy herida?

Rodé los ojos.

—No exageres... Es un simple arañazo aparatoso —dije, mostrándoselo—. Viviré...

—Me había asustado...

La manera en la que agarraba mi mano para ver mejor el rasguño me conmovió un poco.

—Está bien... Los gatos se asustan con nada a veces. Hay que ir con cuidado. Se pondrá bien enseguida, ya verás...

El cachorro asintió, aún con la expresión un tanto apagada.

Órbita. (Bittybones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora