🦴 Capítulo 24.

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Aquella mañana desperté con la cabeza embotada y, al momento de abrir los ojos, supe qué era lo que ocurría. La luz del alba me perforó el cráneo y me hizo gemir por el dolor intenso. Tuve que cerrar la ventana de golpe. Y en el momento en el que me fui a incorporar, la sensación de ardor se extendió por el resto de la cabeza; naciendo en la parte interior de los globos oculares. Esas palpitaciones de dolor eran algo que, para mi desgracia, conocía muy bien desde hace muchos años: migraña. Al reconocer lo que estaba sucediendo, fui cauta a la hora de moverme. Con gestos lentos y seguros, me aferré a la mesilla de noche y abrí el cajón de la misma. Tanteé un poco en la oscuridad, buscando las pastillas contra la cefalea y, después, agarré la botella de agua. Tragando aquella diminuta pastilla con cierto esfuerzo, me volví a recostar en la cama.

Eché un vistazo a la hora del reloj que brillaba en el equipo de música, viendo que ya era la hora pasada de levantarse para el paseo de los perros y que, pronto, tendría que ir a presentarme al trabajo. No obstante, sabiendo bien qué era todo aquello, decidí esperar. Quieta y en silencio, fijé mis ojos en el oscuro techo de la habitación, notando como el pulsátil dolor me estremecía. Debía ver si, al tomarme la medicación, remitía pues en caso contrario sería realmente un infierno ir al trabajo...

Lo cierto es que había ido algunas veces a la oficina cuando esto sucedía y ya sabía de buena mano que no era una buena idea. Aun así, el pensamiento de no asistir a mi puesto me solía presentar mucha ansiedad; aún en los días que estaba enferma. Por ello, cerré los ojos, deseando que, al abrirlos una hora más tarde, estuviese recuperada del todo, o que al menos pudiera levantarme sin sentir esas punzadas en las sienes y tras los ojos.

No pasó mucho tiempo cuando la voz de Mercury me llamó la atención, preocupado al ver que no me levantaba como de costumbre.

—¿Señorita Dew? ¿Está despierta? —Su voz, aunque era suave y algo soñolienta, me hizo gemir. Era doloroso incluso oírlo. El bittie se preocupó. —¿Se encuentra bien?

—Me duele muchísimo la cabeza —respondí con fastidio. Acerté a mirar débilmente el reloj... Habían pasado cincuenta minutos y, más que remitir, las punzadas eran más fuertes. Apreté los ojos, indecisa. Noté que la almohada se movía un poco. Al parecer Mercury se había transportado y me miraba con intranquilidad. Quise sonreír, pero no pude. —Es por la migraña... Ya estoy acostumbrada.

—¿Qué puedo hacer para ayudarla?

—Ya me he tomado la pastilla... Debería ponerme mejor —suspiré—. No te preocupes.

Me incorporé otra vez, pero esta vez al hacerlo me golpeó el dolor con toda su fuerza, como si me hubiese dado un latigazo. En un gesto involuntario, mi cuerpo se dobló hacia delante y tuve que agarrarme a las sábanas y a la mesita de noche para no caerme. Sentía el cuello rígido y la respiración un tanto errática. El monstruo dio un grito, sobresaltado. Al parecer había estado a punto de caerse de la almohada en el momento en el que tiré de la sábana de repente.

—¡Señorita Dew!

—¡Shhh...! —le chisté con furia—. No grites, ostia... Así no me ayudas.

—Lo siento... —se disculpó rápidamente. Su tono denotaba que estaba muy arrepentido. —Creo que debería recostarse otra vez.

Negué con la cabeza.

—Debo prepararme para ir al trabajo.

El cachorro se irguió y su semblante se tornó pétreo y severo.

—No creo que eso sea una buena opción. Si está enferma no debería ir a trabajar. Podría empeorar si hace algo así...

Fruncí el ceño al oírle.

Órbita. (Bittybones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora