CAPÍTULO 44

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Pasé toda la mañana de manera pensativa, por supuesto, haciendo mis deberes hogareños, pero... al estar perdida en mis pensamientos, cometí algunos insignificantes errores, como por ejemplo servirle piezas de legos a Arthy en vez de su alimento balanceado. Por supuesto, no tardé en darme cuenta de mi error cuando mi hija casi se come la comida del gato sentada en la alfombra, y la gata me miraba con una expresión incomprendida. ¡Sí, lo siento, Arthy!, pero los humanos tenemos nuestros problemas también.

Ya con la gata comiendo su alimento y Jaseth jugando con los legos, me senté sobre el sillón, intentando blanquear mi mente.

¡No podía permitir que mis nervios me convirtieran en una completa idiota!

Y no era para estar tranquila, pues, en mis pensamientos, reproducía una y otra vez diferentes posibilidades y respuestas de Caleb cuando lo enfrentara. Era un buen chico, y no quería herirlo.

Mis ojos se dirigieron en dirección a Jaseth, quien se encontraba sentada en la alfombra, colocando un ladrillito de plástico sobre otro, creando una torre sin mucha estabilidad. Por supuesto, cuando intentó colocar el quinto ladrillo, esta se volvió inestable y era imposible mantenerla erguida por sí misma.

Me levanté del sillón, en el que estaba, para caminar y sentarme en la alfombra junto a mi hija.

— ¿Quieres que hagamos una casa? — le pregunté. Y Jaseth, pareciendo estar de acuerdo, comenzó a alcanzarme ladrillos, uno por uno, para que los usara.

Me hubiera gustado que las paredes tuvieran un sólo color, pero Jaseth me pasaba los ladrillos de manera indiscriminada sin respetar la misma escala cromática, siquiera, pero como no pude rechazar su ayuda, no tenía el corazón para eso. Hice una mueca al ver que las paredes, al igual que el techo, eran un menjunje colorido sin forma ni patrón.

— Sólo falta la chimenea — le dije a Jaseth, ella tomó un ladrillo azul y apuntó con él en dirección a la pequeña casita —. Ah, ¿quieres colocarlo tú?

Acerqué mi creación a la infanta, ya que su corto brazo no llegaba.

— No, Jaseth, la chimenea va en el techo, no en la puerta — y con mi ayuda, Jaseth logró encastrar el ladrillito que hacía simbólicamente de chimenea en el tejado.

Miré con algo de prejuicio mi creación. Sí, no estaba tan mal. Por supuesto, estaba segura que Marcus hubiera creado una casa mucho más moderna y grande, después de todo él era el ingeniero, pero para una chica de letras, esa pequeña casita colorida y cuadrada, era suficiente.

Jaseth tomó la casita entre sus manitos y la abrazó mientras se carcajeaba. Al parecer, había quedado bastante satisfecha con el resultado. Sus muñecas ya tenían donde vivir.

Pasó la mañana, y ya que Marcus no se encontraba, me tocaba a mí preparar el almuerzo. Por supuesto, no era un desastre en la cocina, pero tampoco cocinaba nada tan elaborado como Marcus.

Marcus llegó del trabajo justo a la hora del almuerzo, relajó el nudo de la corbata, y luego de depositar un simple beso sobre mis labios, se sentó a la mesa. Por supuesto, nadie se quejó a la hora del almuerzo de mi comida, incluso Karla, que creí que podría ser la única que tuviera algo para decir, no lo dijo. Al parecer mis habilidades culinarias estaban aprobadas, o eso quise entender.

Marcus se veía muy agotado, así que no tardé en preguntarle cómo había ido la reunión.

— El proyecto para ampliar el estacionamiento fue rechazado. Tendremos que rehacer todos los planos.

— Oh, eso suena... bastante pesado.

Marcus me sonrió levemente, como si estuviera feliz que me interesara en su trabajo.

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