CAPÍTULO 33

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Al día siguiente y al otro, Karla ya no representaba ningún obstáculo, es más, casi ni se la sentía en la casa. Se mantenía en silencio, durante las cenas y pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en la habitación de invitados.

Sí, sí, pero yo no confiaba en que esa paz durara por siempre, la situación actual era como ese marasmo quieto, ese ojo de la tormenta engañoso, esa calma que desata el postrero desastre. Pues, estaba segura que la vieja bruja no podría mantenerse alejada de nuestros asuntos por mucho más tiempo. Era demasiado metiche como para quedarse en el margen. Podía imaginármela, sentada en la cama, sobándose las manos entre ellas, rugiendo de furia contenida, sudando la gota gorda, al no poder intervenir entre nosotros como ella tanto quisiera.

Me generaba cierta satisfacción culposa al saber que estaba sufriendo de aquella manera, pero me enfadaba, igualmente, que no se abstuviera a los deseos de su hijo de volver a España y dejarnos solos.

— No tienes corazón para echar a tu madre a la calle— había dicho cuando Marcus le había planteado al otro día que la quería fuera. Parecía que quería tocar su corazón para manipularlo.

— No te estoy echando a la calle, sólo mandando de vuelta a España — había aclarado él, algo obvio, pero comenzando a sentirse culpable — ¡Bien! — exclamó ya exasperado al ver como lo miraba su madre — Haz lo que quieras — Ah, Marcus, sí que tenía el sí flojo.

A Marcus por lo menos le dirigía la palabra. Conmigo, la vieja actuaba como si no existiera, como si fuera un fantasma que no era capaz de percibir. Y tampoco era como si yo me sintiera mal por ser ignorada de aquella forma, es más, de cierta manera lo agradecía, ya que su voz agria y tosca, me resultaba altamente molesta al oído.

Karla entró a la cocina de manera altanera, levantando la nariz y andando con una grácil elegancia bastante artificial. Se sentó sobre el sillón, en el instante que su avejentado trasero tocó el almohadón, Arthy, la gata negra de Marcus, que estaba sentada a un lado, se curvó elevando los pelos de su espalda como si estuvieran electrificados. Le bufó agudamente, en una clara amenaza, y salió corriendo hasta perderse en alguna de las habitaciones interiores de la casa.

Seguí a la gata con la vista y la volví hacia la vieja bruja, con una evidente sonrisa burlona en los labios.

— Ni los gatos te quieren — dije.

Por supuesto, Karla no me respondió, ni siquiera me miró. Pero sabía muy bien que me había escuchado, ya que pude ver como se tensaba entera al escuchar mi mofa.

Suspiré. No tenía ningún sentido provocarla si no obtendría ninguna reacción de su parte.

— ¿Qué dices? — le pregunté esta vez a Marcus sosteniendo a Jaseth en mis brazos. La bebé, toda orgullosa de su nuevo vestido azul, con rayas negras tipo marineras en la falda, levantó sus manitos para posar como si alguien fuera a fotografiarla. Y así fue, porque Marcus no tardó en sacar su celular y tomarle una captura a la escena.

— Ay, está tan linda — decía derritiéndose mientras miraba la foto en la pantalla —. Y tú también estás hermosa — dijo esta vez, depositando un pequeño beso sobre mi mejilla.

Sí, yo también me había vestido para la ocasión. Había cambiado mis habituales camisas simples y pantalones entallados que usaba en el trabajo, por una camisa de seda, simple, pero que se abultaba como algodón en las zonas indicadas, y una pollera entallada que resaltaba mi cintura. Y los zapatos, si bien tenían tacón, eran fáciles de usar. Me había mirado al espejo ya toda vestida, peinada y maquillada, y podía decir que mi figura exhalaba un aire profesional y elegante, sin dejar de ser atractiva en ningún momento. Yo sí que sabía lucir una pollera, no como esa vieja bruja...

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