CAPÍTULO 58

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— ¿Ya no quieres casarte conmigo?

— ¡¿Qué?! — respondí de inmediato y asombrada, que Marcus haya llegado a esa conclusión — No se trata de eso.

El chico se vio aún más confundido que antes. Me miraba de manera extraña. No me extrañaría si en ese momento él pensaría que yo me había vuelto completamente loca, y la verdad, es que tendría razón. ¡No tenía ni idea de lo que estaba haciendo!, pero de una cosa estaba segura: sí quería casarme con él.

— Entonces, ¿por qué otra razón podrías haber interrumpido la boda?

— Porque... te he estado ocultando algo... — me sentí completamente avergonzada a medida que decía aquellas palabras, incluso me fue difícil hacerle frente a la mirada de Marcus, quien me miraba fijamente.

Mi confesión, pareció descolocar a Marcus, como si pudiera presentir que algo muy malo había ocurrido, algo que le molestaría mucho y lo heriría en lo más profundo.

— ¿Se... trata de tu jefe?

Yo me sorprendí al ver que había acertado.

— ¿Tan bien me conoces?

Sus ojos perdieron toda la fuerza que habían estado sosteniendo hasta el momento, fruncieron los párpados en una expresión de dolor, como si mi afirmativa hubiera sido una flecha directa a su corazón.

— Entonces, ¿al final te arrepentiste de haberme elegido?

¡No!, diablos, todo estaba yendo por mal camino. ¡Si no aclaraba las cosas de inmediato, sólo se crearía un enorme malentendido! ¡Y no quería nada de eso!

— Déjame que te explique... por favor.

Marcus asintió, para darme la palabra. Pero, su mirada, su postura, eran un grave indicante que estaba muriendo por dentro. Seguramente el peor de los pensamientos ahora mismo estaba pasando por su cabeza. Así que opté por apresurarme, para no alargar más esta agonía, que era de ambos.

Respiré hondo y solté todo. Las palabras escaparon de mi boca como yunques pesados, que me estuvieron torturando las últimas semanas.

— Besé a mi jefe, hace unas semanas, y me está esperando, justo ahora, en el aeropuerto — ¡Wow, eso fue una gran liberación! No sabía que decir la verdad me haría sentir tan liviana.

Para mi desgracia, mis palabras elegidas no fueron las mejores, ya que el rostro descompuesto de Marcus lo dijo todo. El chico dio varios pasos hacia atrás y se sostuvo del borde de una mesa para no caerse. Se llevó una mano al rostro y cubrió de él una expresión de dolor.

¡Diablos!, qué idiota.

— No, yo... no quise decirlo así... — comencé a dar explicaciones, pero él me interrumpió. Lo vi enderezarse, como si de repente recobrara fuerzas.

— ¿Te besaste con él y ahora te está esperando en el aeropuerto para huir juntos?

— Sí, pero... — confesé avergonzadamente, entendería que quisiera mandar la boda al diablo después de esto —, lo siento, pero no podía casarme sin que supieras esto...

¿Cómo diablos podía hacer para que entendiera que no era tan malo como en verdad sonaba? ¡Al final había armado el malentendido que tanto había querido evitar!

Marcus parecía no poder recomponerse. Sus ojos temblaban, al igual que todo su cuerpo. Se llevó la mano a la boca y me miró, como si viera a la peor traicionera, o bueno, yo me sentí así.

— ¿Él está esperándote, pero tú estás aquí? — preguntó. No entendía por qué insistía tanto en martirizarse con esa pregunta, si ya se lo había confirmado varias veces.

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