CAPÍTULO 31

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Todo el día de hoy, había sido imposible. No importara hacia donde volteara, allí estaba esa vieja bruja, con los ojos achinados en mi dirección, diciéndome mil maldiciones y desprecios sólo con la mirada.

Ah, realmente le caía mal a esta mujer. Y era entendible, en su mente me había robado a su bebé.

La vieja, la cual se hacía llamar Karla, era una mujer algo... sofisticada, lo comprendí luego de convivir con ella sólo un par de horas. Supuse que esos serían los hábitos creados al ser la esposa de un hombre exitoso. A pesar de estar en casa, no llevaba ropa cómoda, no se sacaba sus pañuelos de seda con mil revuelos, el peinado engominado y las polleras de tela gruesa, por nada del mundo.

Karla se había tomado la libertad de criticar todo en cuanto a lo que se refería de mi persona. Y usaba cualquier excusa para molestarme.

— Anoche... no durmieron juntos — dijo y yo la miré sorprendida. ¿Acaso esta vieja andaba espiando hasta donde dormía? — Sé que durmieron en habitaciones separadas. Al parecer las cosas no marchan muy bien entre ustedes... — decía con verdadero placer en la voz, al parecer le alegraba descubrir una debilidad en nuestra extraña relación.

¡Vieja metiche!

— Y no me extraña, seguro mi hijo ya se cansó de ti — no señora, no es su hijo quien me corrió de la habitación, sino que me fui yo solita —. Eres un desastre...

— Ah, ¿sí? — le pregunté comenzándome a cabrear su actitud.

— Sí. Y aquí tienes el ejemplo.

Levanté las cejas a modo de interrogación, pues no entendía a qué se refería.

— Pues... una buena esposa debería cocinar ella — dijo mientras miraba a Marcus cortando unas verduras en la encimera, y de vuelta a mí, quien estaba sentada en el sillón, con control remoto en mano, haciendo zapping en el enorme televisor frente a mis ojos.

— Eso es un pensamiento anticuado — le dije —. Además, no soy su esposa.

Desde la distancia casi pude oír como se trizaba el corazón de Marcus por mis palabras, al aclarar en voz alta que no teníamos ninguna unión conyugal. No entendía por qué le sentaba mal, sólo estaba diciendo la verdad. No estábamos casados.

Al parecer a Karla también le cayó mal mi comentario. Ya que me miró horrorizada, incluso lanzó un sorprendido y exageradamente prolongado: ¡Ahhh!

— Eres despreciable.

— Igualmente — le respondí, sin mucho interés y sin apartar la mirada de la pantalla artificial, siquiera para mirarla.

— ¿Escuchaste, Marcus?, me ha insultado. A esto me refiero con que no te conviene.

— Mamá, tú la insultaste primero — dijo y luego lanzó un suspiro cansado. La situación, al parecer, ya sobrepasaba su paciencia.

— Y te colocas de su lado. Es increíble... no puedo creerlo... — y la mujer siguió por lo bajo al comprender que nadie le llevaría el apunte a sus quejas.

Suspiré hondo mientras me deslizaba por el sillón con una actitud de pachorra. Eso sólo parecía enfadar más a mi linda y simpática suegrita, así que extendí los brazos, lancé un largo bostezo y pronuncié, con la voz algo ronca — Ahhhh, qué aburrimiento. ¿Cuándo estará la comida, esclavo? — mirando en dirección al nombrado.

Él, me envió una mirada algo divertida. Sabía que estaba provocando a su madre adrede, y él me conocía lo suficiente para interpretar mis malas intenciones desde la distancia. Me conocía tan bien.

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