CAPÍTULO 1

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Éramos tres en mi pequeña habitación. Mi mamá, Jaseth y yo. Sí, a Jaseth le habían dado el alta del hospital a dos días de cumplir la cuarta semana de internación. Cuando había alcanzado los dos kilos, el doctor Angaraes, luego de realizarle los estudios correspondientes, había llegado a la conclusión de que ya no tenía nada más que hacer en la sala de neonatos.

Fue realmente difícil de comprender, pero Jaseth ahora mismo era una bebé normal, igual al resto de los recién nacidos, o eso nos había asegurado el doctor. Sólo debíamos tener especial atención en si presentaba alguna complicación para comer o respirar, el resto, no debía significar ninguna dificultad adicional.

A lado de mi cama, habíamos armado entre las dos una pequeña cuna. Mi madre había estado dirigiendo el ensamblado en primera instancia, pero por culpa de ella nos había sobrado una pata, o eso creía que era ese palo largo.

— Pero... ¿una cuna no tiene cuatro patas? — le pregunté, mientras sostenía el apéndice sobrante.

— Puede haber cunas de dos, tres, cuatro y cinco patas — decía mi madre como si fuera experta en el tema.

¿Una cuna de cinco patas?, me parecía poco probable.

— Me cansé, ¡ahora haremos lo que yo diga! — dije reclamándole el manual de la cuna. Mi madre me miró con el ceño fruncido, ella al ser abuela, se creyó con más experiencia que yo, pero fracasó miserablemente. Ahora era mi turno de armar la cuna.

Nos fue difícil desarmar la cuna para volverla a ensamblar correctamente, pero con esfuerzo lo logramos.

Coloqué a Jaseth sobre la cuna terminada, la cual hasta el momento había estado descansando en mi cama rodeada de almohadones que la protegían de una posible caída.

— ¿No crees que es una cuna muy pequeña para mi nieta? — aparté la vista de Jaseth para mirar a mi madre con un regaño. Sabía hacia donde iban sus palabras. Ya lo habíamos discutidos miles de veces, pero ella no parecía querer dar el brazo a torcer.

— Ya te dije, mamá, que no me mudaré con Marcus. Nosotros ya no estamos juntos.

Mi progenitora se cruzó de brazos y me miró de manera seria. Ay, Dios. Ahora venía un sermón de su parte.

Rodeé los ojos y me concentré en arropar a la bebé, quien se quejaba, seguramente ya que todavía no se acostumbraba a su nuevo lecho.

— Eres... realmente eres...

— ¿Qué? ¿Qué soy? — realmente no quería discutir con mi madre, pero odiaba que se metiera en mis asuntos personales, más específicamente entre Marcus y yo, y lo peor ¡qué siempre se ponía del lado contrario! ¡Yo soy su hija no Marcus!

— ¡Una idiota! Acabas de perder al mejor chico que pudiste tener. Créeme que no encontrarás otro como él. ¡Compró una enorme casa para vivir con ustedes dos! ¡Incluso la cuna que compró es más grande que esta asquerosa habitación rentada!

— ¡Mamá! ¡Él me engañó!

— Estoy segura que todo debe ser un malentendido.

— Tú no sabes nada.

Mi madre entornó los ojos en una expresión algo cansina y me miró como si fuera una chiquilla mocosa.

— El diablo más sabe por viejo que por diablo...

— ¿Y eso que diablos quiere decir?

— Qué he vivido mucho más que tú. Tendrías que prestarle atención a los consejos que te da tu vieja madre — reí, ella odiaba cuando decían que estaba vieja, incluso era capaz de golpearme si revelaba su edad, pero cuando le convenía era la más vieja de todos —. Y con tu padre hemos tenido muchísimas peleas, muchas, créeme, una vez, armé mis maletas decidida a abandonarlo... pero, ¿qué sería yo sin él? Tú... — sonrió de manera algo extraña — eres más parecida a mí de lo que quisiera. Somos dominantes — dijo y se agachó junto a mí — y orgullosas, pero por amor tenemos que bajar la cabeza, ellos no son un objeto ni nuestros subordinados. Son nuestros iguales. Escúchalo, de vez en cuando, incluso confía en él.

FLASHBACK IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora