Al final, había llegado el día de la boda, ¡y no había podido confesárselo!
¡Maldición!, ¿por qué era tan idiota?
Ahora me encontraba, frente a un espejo de mi misma altura, mirando mi reflejo, con el cuerpo semidesnudo, esperando a ser cubierto por el hermoso vestido blanco que descansaba sobre la silla a mi lado. Ese retazo de tela impoluta en pureza y blancura. La seda caía a los costados como cascadas de nieve, y los canutillos brillantes resplandecían como pequeñas estrellas, cuando lograban capturar el reflecto proveniente de la lámpara de techo.
El rechinido de la puerta me puso alerta, a pesar de que ya sabía de quién se trataba.
— Ah, es aún más hermoso de cerca — dijo Helen al acercarse a la silla para tomar el vestido con sus manos. Lo tomó con cuidado, como si temiera ensuciarlo o romperlo.
Un segundo después, la puerta volvió a crujir, pero esta vez se trataba de mi madre acompañada de una mujer que no conocía, pero por sus pintas pude suponer que se trataba de la estilista, que venía a vestirme, maquillarme y peinarme, para dejarme perfecta para la ocasión.
Miré a mis acompañantes y luego volví a mirar mi reflejo en el espejo. Era la imagen de una mujer desnudada de prendas, pero no sólo de eso, desnudada también de toda impureza, por fin, podía ver allí aquello que tanto mal me hacía, aquello que me había quitado el sueño las últimas noches, que había despertado en mí un pequeño temblor nervioso, sin dejarme controlar a mí misma, cada vez que pensaba en eso. Era como una pequeña mancha en mi piel, que sólo yo podía ver. Era aquella mentira que manchaba mi persona, que me hacía sentir culpable. Me hubiera gustado tomar esa mancha con mis propias manos y arrancarla de mí, así sin más, aunque tuviera que dejar una herida sangrante en el lugar. Pero no, así no funcionaban las cosas en la vida real.
La mujer tomó el vestido con la más fina de las delicadezas. Me rodeó con él y lo subió hasta mi pecho, para prenderlo en la zona de mi espalda.
Yo no aparté mis ojos del espejo, viendo como el níveo del vestido ocultaba aquella mancha debajo de su blanco. Me sentí una impostora, cuando terminó de prenderlo y de acomodar la falda sobre el miriñaque. Le mostraría a todos una mujer vestida de un cándido inmaculado, pero en realidad, debajo de esa lluvia de telas, resguardaba la más fiera de las manchas, la cual parecía crecer, un poco más, con el pasar del tiempo y con el tratar de ocultarla, y en consecuencia, se hacía aún más difícil el convivir con ella.
Respiré hondo, pero sentí que el aire no me llegaba. Tenía los pulmones como embutidos en una enorme bolsa. Me pregunté si esa sensación era debido al ajustado corsé o a la culpa que no me dejaba tranquila.
Volví a la realidad cuando sentí que alguien me abrazaba. Era Helen, quien se unió a la imagen en el espejo.
— Estás muy nerviosa — dijo. Al parecer eran demasiado evidentes mis nervios allí, y había fallado terriblemente al intentar ocultarlos.
— Es normal, está por casarse — dijo mi madre. Y yo pensé que seguramente ella creía que mis nervios estaban basados en otra cosa. Por supuesto que todo el mundo tendría un susto de muerte cuando estaba a minutos de caminar al altar, pero... en mi caso era distinto.
La mujer, quien se acercaba a mí con una valija que cargaba sólo sombras de maquillaje, se detuvo antes de empolvarme las mejillas y los ojos con un color dorado. Me miró analíticamente, como si fuera capaz de descifrar hasta el más oscuro de mis secretos. Instintivamente me llevé una mano al pecho.
¿Acaso podía ver la mancha en mí?
— En mis años de experiencia he visto un montón de clases de mujeres al borde del colapso. Ataques de ansiedad, llanto y risa. Pero, todas, se recomponen al ver al amor de su vida esperándolas al final de la alfombra.
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FLASHBACK III
Romance*ADVERTENCIA* Esta historia es la tercera parte de "FLASHBACK". Puedes encontrar las precuela en mi perfil.