CAPÍTULO 19

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Diablos, realmente no quería estar aquí. Extrañaba nuestra habitación, mi laptop y sobre todo a mi hermosa bebé. Pero no podía faltar, Diana le había prometido al idiota de su amigo, Carter, que iríamos a su concurso.

El lugar era algo lujoso para la mediocre banda de ese delincuente, era la primera vez que se iban a presentar en un bar de tan buen renombre. Al parecer, la voz se había corrido por los antros más bajos hasta llegar a los oídos correctos, que le dieron a Carter la oportunidad de presentarse a este concurso, que sería, según él, el pequeño empujón que le faltaba para saltar a la fama.

Era increíble como un chico más cerca de los treinta que de los veinte, seguía teniendo sueños tan infantiles.

Miré de reojo a Diana, ella tenía una enorme sonrisa en el rostro mientras se acercaban a nosotros Carter. Por una extraña razón, que nunca comprendí, terminó haciéndose amiga del chico que le había robado el celular, sí, resultó que también era el hermano de Lea, pero... sólo Diana sería capaz de hacer algo tan alocado e incomprensible.

— ¡Tortolita! — le dijo y yo oculté un gruñido, nunca supe el porqué de ese apodo, pero odiaba que fuera tan cercano a ella. Obviamente, nunca expuse mis celos obsesivos, sabía que no eran sanos y Diana no tenía por qué lidiar con ellos. Sí, deseaba que no le hablara a ningún otro hombre sobre la faz de la tierra, esa parecía la única solución a mis inseguridades y miedos a que me la arrebataran. Pero no podía, ella sería más feliz libre y yo no podría vivir conmigo mismo sabiendo que la hacía infeliz metiéndola en una jaula.

— Raúl — le respondió ella a modo de broma y él fingió que lo había herido.

— Pensé que ya no me volverías a llamar así.

— No te confíes mucho, cada tanto es bueno que te recuerde como nos conocimos — le dijo y lo señaló de manera acusadora, como alguien que sabe un secreto peligroso del otro.

A pesar, de que a mi concierne, era algo muy serio, ellos rieron como si fuera el chiste más gracioso e inocente que una vez se haya contado.

Ah, Dios Todopoderoso, como odiaba esa horrible risa de foca idiota.

Sopórtalo, sopórtalo... lo haces sólo por Diana, eres capaz de soportar cualquier cosa, sólo por ella. Incluso la risa de foca más insoportable del mundo.

— Ah, viniste con tu tortolito — ¿No podía sólo ignorar mi presencia? — ¿Cómo estás, Marquis? — dijo y me sonrió de manera divertida. Sentí mi parpado izquierdo palpitar en un tic de nervios contenidos. Me llamaba así, sólo porque sabía que me molestaba.

— No es como si te importara — dije y él se carcajeó. Era tan cínico como para disfrutar de los celos y los problemas ajenos. Ah, creo que ya entiendo porqué se lleva tan bien con Diana.

Diana me envió una mirada de regaño en respuesta a mi comentario malintencionado. Bien, lo siento, sé que estoy canalizando todos mis celos absurdos sobre ese guitarrista insípido, es que... desde que Diana me había confesado que estaba enamorándose de un tal Caleb, me había vuelto completamente inseguro y loco, mi cerebro no podía dejar de pensar sobre su jefe, ¿cómo era? ¿cómo lucía? ¿Era mejor que yo? ¡Por supuesto que lo era!, tenía los mismos gustos por la literatura que ella, seguramente tendrían muchas cosas en común de qué hablar y sus charlas serían más interesantes que las nuestras... si lo pensaba bien, nosotros casi no hablábamos, a no ser que fuera para discutir. Era más exitoso, eso era obvio, tenía un puesto de jefe de sección siendo tan joven. Era más apuesto... bueno, eso no podría saberlo, ya que no lo conocía en persona.

Me llevé una mano al mentón de forma pensativa. No, había pocas posibilidades de que fuera más atractivo que yo. No quiero pecar de vanidoso, pero reconozco el potencial de mi propia belleza y atractivo. Si debía recurrir a las matemáticas, me calificaría como un nueve de diez.

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