CAPÍTULO 27

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Me encontraba sentada sobre mi nueva cama, la cual era mucho más cómoda que la anterior, y mi nueva habitación individual, era el doble de grande que el departamento que había estado alquilando hasta hacía unos días atrás.

Me había tomado un par de minutos para pensar. Había sentado el trasero en el colchón, y tomando el sobre con cincuenta mil que guardé en la mesita de noche, lo miré durante un buen rato.

— Sé que le prometí a Marcus... bah, amenacé con que me iría cuando tuviera un lugar donde vivir. Si junto un poco más de dinero, puedo mudarme, pero... — abrí el sobre y, luego de oler los billetes, les di una rápida ojeada para comprobar si no eran falsos.

Sí, eran tan reales como mis pequeños pechos.

— Puedo usarlos para mudarme — dije torciendo el cuello un poco — o... — torcí el cuello en la dirección contraria — para hacer un buen trabajo.

Y con trabajo no me refería a una corrección de manuscrito en la editorial, no, sino a una buena venganza. Con dinero, puedes hacer todo más jugoso, y eso incluye a las venganzas.

— Bien — dije levantándome de la cama de prepo y devolviendo el sobre íntegro al interior del cajón.

Ya había tomado una decisión.

Miré la hora. Era algo temprano, pero escuché ruido en la cocina. Al parecer Marcus se había levantado antes que yo.

Caminé fuera de mi cuarto, primero me dirigí a la habitación de Jaseth y la encontré dormida, acurrucada en una pila mullida de frazadas. Se veía muy calentita. Como no quise despertarla, cerré la puerta lentamente y caminé hacia la cocina. Allí me encontré a un Marcus ajetreado, luchando con una gata que reclamaba su comida del día, mientras intentaba colocarse un saco de vestir.

— Yo me encargo de alimentar a Arthy — dije tomando el plato de la felina de las manos de Marcus.

— Gracias — dijo y por fin logró colocarse el saco.

La gata, al ver que ahora era yo quien tenía su tazón de comida, se prendió con las uñas a mi pantalón y maulló con fuerza. Arthy me la puso difícil para servirle su alimento balanceado. Ya que cuando abrí la bolsa, ella colocó la cabeza dentro de la misma, comiendo apurada. Fue una gran peripecia retirarla del interior de la bolsa, ya que se aferraba con las garras al plástico como si no hubiera un mañana.

Cuando logré desprenderla de su comida, a la cual se prendía como si fuera una presa, la coloqué sobre el suelo y, a la velocidad de la luz, llené su plato y lo dejé sobre el suelo, retirando mi mano como si temiera que la gata se la comiera también.

Arthy atacó su plato como si se estuviera muriendo de hambre.

Miré a Marcus con el corazón acelerado. Había vivido una experiencia cercana a la muerte.

— No te preocupes, la comida calma a la fiera. Cuando tenga la panza llena, volverá a ser la misma gatita dulce de siempre.

— Qué buena noticia... — dije con algo de ironía.

Mis ojos volvieron a mirar a Marcus, quien atendió una llamada de su teléfono.

— Sí, me estoy alistando.

Portaba un traje, no muy formal, sino más bien uno de esos que llevas a la oficina.

— Tengo todos los archivos preparados. Los presentaré hoy en la reunión.

Lo miré fijamente. No necesitaba ser un genio para interpretar a donde se disponía ir con ese traje y después de oír esa conversación. Pero era domingo, y eso de cierta manera me enfadó. Me sentía como una de esas mujeres que su esposo abandonaba para trabajar y trabajar, y claro, tiempo después se descubría que lo que en verdad lo mantenía tan ocupado era una secretaria de gran escote. Puede que haya visto muchas películas hollywoodenses, pero era la primera vez que trabajaría un domingo. Creí que podríamos pasar el día los tres juntos, como una familia, pero al parecer me equivoqué.

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