CAPÍTULO 52

397 70 12
                                    

Pensé que Marcus se dirigiría a la sala principal, pero sus pasos nos llevaron hasta la habitación que compartíamos por las noches.

Lo miré como se sentaba sobre el colchón, para segundos después, dejarse caer de espaldas, lanzando un suspiro lleno de pesadez, evidenciando que el estrés producido por el secuestro de nuestra hija, aún permanecía en su piel.

Caminé hacia la cama, con intenciones de sentarme a su lado, pero desistí a aquella idea, cuando sus anteriores palabras rebotaron en mi cerebro. Me había llevado allí para hablar, y eso me generó cierta electricidad molesta en el cuerpo.

Me paré ante sus pies, haciendo mis manos un puño sobre mi pecho, manteniéndome expectante.

Cerré los ojos, colocando una expresión compungida en el rostro.

— ¿Estás enojado? — terminé por preguntar, pues, el silencio que se estaba prolongando antes de sus palabras estaba acabando con la cordura que me restaba.

Marcus se apoyó sobre los codos, impulsándose levemente para mirarme con sorpresa e incredulidad.

— No — respondió un segundo después. Se mordió los labios con un ahínco de frustración —. No se trata de eso — aclaró.

— ¿Entonces...? — no entendía su actitud. Respiré hondo antes de volver a formular la pregunta que mantenía sobre mis labios — ¿Era mentira lo de ser cómplices? — le pregunté, recordándole parte de su confesión. Ser cómplices significaba acompañarme en todo, incluyendo las cosas malas.

Marcus hizo un amago de levantar las cejas, pero quedó a medias en una expresión destartalada. Mi vacilación parecía desconcertarlo.

Negó un par de veces antes de responder, como si intentara deshacerse de alguna idea extraña plantada en su cabeza.

— Sé que dije que sería tu cómplice... — mi corazón sufrió un mini infarto con sus palabras. ¿Acaso se estaba arrepintiendo de lo que me prometió? — y aún pienso lo mismo — me sentí relajar con su reconfirmación, aún éramos cómplices, o él pretendía serlo —. Te apoyaré en todo, pero... no sólo quiero ser alguien que cuando te ve hacer algo que puede dañarte o perderte otro poco, sólo asienta con la cabeza y lo deje pasar como si no sucediera nada, como si tu alma no corriera peligro.

Lo miré con curiosidad.

¿Marcus estaba preocupado por mi alma? ¿Ese era el gran problema?

Me reí, sin poder evitarlo, y Marcus me frunció el ceño por quitarle importancia a su preocupación.

— Tu alma es algo muy serio... — insistió y yo me esforcé por dejar de reír — y no me gustaría ver como se llena de oscuridad sin hacer nada al respecto.

Lo miré fijamente.

— ¿Me tienes miedo? — le pregunté.

Fue esta vez Marcus quien se rio.

— No, bueno... no como tu piensas. No es el miedo que puede sentir una persona ante un ser peligroso, un asesino o un animal salvaje — negó con la cabeza —, no... se trata de un miedo que proviene de aquí — dijo señalando su propio corazón. Lo miré en silencio un segundo, sus palabras ya comenzaban a cobrar sentido para mí —. No te tengo miedo a ti, sino a...

— ¿Mis demonios? — terminé por él.

Los ojos verdes, como prados inmensos e interminables, me miraron con profundidad, como si pudieran ver dentro de mí, como si pudieran percibir esos demonios aún habitar en mí.

Su respuesta llegó a modo de un asentimiento. Un segundo después, se irguió hasta quedar completamente sentado sobre la cama. De aquella manera, podíamos vernos mejor, más de frente.

FLASHBACK IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora