Ya era tiempo.
Había llegado el momento de ponerme manos a la obra, había retrasado mucho mi plan y había llegado el tiempo de ejecutarlo. De servirme el plato frío y hacer provecho de él, en demasía, hasta quedar completamente satisfecha. Hasta que cada uno de mis demonios, sedientos de venganza, pudieran descansar en paz.
Levanté la vista del manuscrito que estaba corrigiendo y analicé todo a mi alrededor. Caleb estaba a unos metros de mí, con su vista puesta en la pantalla del computador. Al parecer tenía que realizar unas tareas administrativas de la empresa referidas a la publicidad de la salida del nuevo libro. Miré en la dirección opuesta. La cucaracha tenía asignado un puesto en la fotocopiadora, y había estado todo el día sacando copias. Y algo me decía que sería así hasta la hora de salida.
La miré y al hacerlo no pude evitar fruncir el ceño en un gesto cargado de rabia. Cada vez que la veía mis demonios internos se agitaban sedientos, enloquecidos, por saborear la venganza de una vez por todas.
Nunca... nunca podría perdonarla por lo que hizo, por inmiscuirse entre Marcus y yo, y por intentar robármelo, a tal grado de seducirlo. Y lo que más dolía para mí, era que Marcus había caído, que se había dejado engañar, que el cuerpo hediondo de esa cucaracha, por un momento, le había parecido atractivo.
Sentí un repentino repelús, tuve que tragar la bilis de vuelta para no lanzar el contenido de mi estómago allí mismo.
Pensar que mi chico se había dejado engañar por ella, de que se había inmiscuido entre sus sábanas, no dejaba de parecerme la escena más asquerosa del mundo.
Ah, no había nada en el mundo que me hiciera cambiar de opinión ahora mismo. Quería mi venganza, la quería con inusitada fuerza y demencia.
Comprobé el horario en el reloj de mi celular. Efectivamente, faltaban dos horas para que terminara nuestra jornada laboral.
Bien. Es hora de ponerme en marcha.
Primero tenía que actuar.
Golpeé el lapicero que descansaba en mi escritorio como si hubiera sido una torpeza mía, aunque obviamente era toda una actuación. Con esta acción logré lo que estaba buscando, llamar la atención de los presentes, a tal grado, de obligarlos a levantar las cabezas de sus tareas y prestarme sus ojos a mí.
— Lo siento... — dije de manera leve, como si me costara. Vi que Caleb frunció el entrecejo desde la distancia. Sí, siempre gocé de una privilegiada visión de alta definición. Mi jefe me miró algo preocupado, pero no dijo nada, sólo se quedó observándome, intentando descifrar qué era lo que sucedía conmigo.
Cuando me levanté de la silla y me incliné para recoger el lapicero, con su respectivo contenido, ahora dispersado por toda la extensión del piso. Me coloqué de manera veloz una mano en la frente y arrugué los ojos como si algo me doliera. Todo esto, mientras mis rodillas se doblaban lentamente, como si perdieran fuerza y equilibrio sin una causa aparente.
Para el que no entendió, sí, estoy actuando.
Al principio, pensé en tirarme al suelo y fingir que perdía la conciencia allí mismo, pero eso era exagerar mucho, así que... en fin, no quise dilatar mucho más el teatro, porque se evidenciaría que estaba exagerando, y que, en fin, era toda una mentira. Al final, opté por sujetarme del escritorio para usarlo de bastón y empujarme de manera temblorosa hasta colocar mi trasero de vuelta al asiento.
— ¿Diana te encuentras bien? — Caleb no tardó nada en cruzar los metros que nos separaban, y colocando una mano en mi hombro y la otra sobre mi frente, intentó comprobar que no tuviera una temperatura elevada.
— No lo sé, por un momento, me sentí débil. Supongo que debe ser porque hace varios días que no duermo bien... — una gran mentira, la noche anterior había dormido como una bebé abrazada a Jaseth. No sé cuál de las dos durmió mejor.
— Talvez te he estado exigiendo mucho trabajo — dijo él con evidente culpabilidad en su matiz de voz.
— No, no te sientas culpable...
— Sí, soy el culpable al no darme cuenta que estás sola y cuidando de una bebé, y yo no he tenido conciencia de eso y sólo te he dejado montañas de trabajo tras más montañas de trabajos. Así que por hoy tómate el día libre...
— Oh, Caleb ya me siento mejor, no es necesario... — comencé a decir, a pesar de que esto era exactamente lo que estaba buscando, pero no podía lucir alegre por ello, no me haría mal actuar un poco más hasta el final.
— No, Diana, vuelve a tu casa y descansa.
— Bien, gracias y disculpa por las molestias que he ocasionado hoy.
— Nada de eso. No necesitas disculparte — dijo mientras yo tomaba mi mochila del perchero y me la colocaba en la espalda, con ayuda de Caleb. Sí, incluso fingí debilidad en eso, como si estuviera tan enferma que no era capaz de colocarme la mochila por mí misma.
Caleb colocó su mano sobre mi espalda de manera protectora, y de esa forma me acompañó a la salida. Intenté ignorar el rápido latido de mi corazón. Si bien, intenté que nuestra relación no siguiera haciéndose más íntima, aún seguía confundiéndome.
— Si mañana te sientes enferma, tómate el día también.
— Gracias, Caleb, eres un buen hombre — le dije, y en eso ya no estaba mintiendo. Era tan bueno y crédulo que no era nada difícil hacer que cayera en mis mentiras.
— ¿Segura que no quieres que te acompañe hasta tu casa? — volvió a preguntarme mi jefe, preocupado de que me fuera sola y enferma por la calle. Talvez pensaba que iba a desmayarme en plena vereda antes de llegar a mi lugar de destino. Y tenía sentido, pero la verdad era que ese día, mi destino no era mi habitación rentada, razón por la cual, no podía dejar que me acompañara, sino, sólo atrasaría mis planes.
— Está bien, ya me siento mejor. De verdad.
— Bien, pero prométeme que me llamaras si no te sientes bien. Iré a buscarte de inmediato — realmente le preocupaba dejarme ir.
— Lo prometo. Tú tranquilo.
Caleb, a regañadientes, se despidió de mí, recordándome una vez más que lo llamara al menor signo o síntoma de desmayo, y regresó al interior del edificio para continuar su labor en la editorial.
Suspiré.
Miré la hora. Tenía una hora y media antes que Juno regresara a su casa. Una hora y media para hacer todos los preparativos.
Comencé a caminar con una enorme sonrisa en los labios, sonrisa que me era imposible deshacer.
Mis demonios se arremolinaban en mi interior empujados por un motor de euforia. Había llegado el momento y yo no podía sentirme más extasiada. El corazón me latía con fuerza y temblaba un poco. Todo por imaginarme como resultaría al final, por ver a la cara de Juno una vez que me hubiera vengado por fin. Quería ver sus ojos llorosos, su cuerpo temblar reducido como la cucaracha que era, quería que llorara, que rogara por mi perdón. No estaría satisfecha hasta verla encogida en su lugar, hasta que entendiera la clase de cucaracha que era y lo fácil que había sido para mí aplastarla.
Un transeúnte me miró extrañado cuando se me escapó una repentina carcajada a causa de mis malévolos pensamientos, donde maquinaba una y otra vez los pasos de mi plan, ese plan que me llevaría a mi tan preciada y anhelada venganza.
Ignoré la mirada desconocida, me reacomodé la mochila, una vez más en mi espalda, y encausé mis pasos a mi lugar de destino: a la guarida de esa maldita cucaracha.
ESTÁS LEYENDO
FLASHBACK III
Romance*ADVERTENCIA* Esta historia es la tercera parte de "FLASHBACK". Puedes encontrar las precuela en mi perfil.