Capítulo 25

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   Era la primera vez que Ery veía caballos construidos enteramente por placas de hierro galvanizado, bujías, pistones a vapor, ruedas dentadas de acero y engranajes

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   Era la primera vez que Ery veía caballos construidos enteramente por placas de hierro galvanizado, bujías, pistones a vapor, ruedas dentadas de acero y engranajes. Los alumnos de la escuela se habían esmerado. Apreciar aquella obra de arte en pleno funcionamiento, tirando del carruaje que las llevaba a ella y a Arixia desde la frontera de Valday hasta Belas Siren, era una experiencia privilegiada. Lo más parecido que había conocido era un pájaro mecánico, un primoroso mecanismo de relojería. Pero estos caballos eran prácticamente idénticos a los de verdad, solo que corrían a velocidad duplicada. Ery se dijo que viajaban casi tan rápido como aquellos caballos misteriosos que la habían traído desde Portis Edenia. Apenas se oían las ruedas del carruaje, y la calzada de piedra no se hacía sentir con el bamboleo. Incluso el sonido de los cascos metálicos apenas se percibía sobre la carretera.

   ―Supongo que estos caballos no se estropearán antes de llegar a Belas Siren ―dijo Ery―. ¿Verdad, Arixia?

   ―¿Estropearse? Descuida, Ery. Antes de partir hablé con el cochero, que además es mecánico.

   Después de seguir por la serpenteante carretera, frontera de Valday, se habían desviado hacia el oeste, al sur de Moskiul. Hasta entonces Ery se había entretenido viendo las sombras de las nubes sobre los campos de tulipanes y algún que otro chubasco en el horizonte, cayendo de una nube baja y solitaria.

   Ya en las afueras de la capital de Belas Siren, la calzada atravesó un campo formado por una densa capa de hojas secas. Cada tanto se adentraban en un grupo de fresnos dorados, y veían el sol a través de las hojas brillantes.

   Ery descubrió un par de mariposas azules revoloteando en las ramas más altas, las siguió con la vista hasta que desaparecieron en el horizonte. Entre el cielo turquesa y el campo dorado distinguió los techos de la ciudad y un edificio que sobresalía del resto. Tocó el hombro de Arixia, y le señaló la mancha oscura que ya se perfilaba delante del camino.

   ―El edificio más alto es la escuela, Ery. ―Arixia se protegió los ojos del sol―. Te gustará cuando la veas de cerca. Sus dos torres son el distintivo de la ciudad. No querrás irte de allí.

   A pesar de haber dormido sin interrupciones, esa misma mañana Ery se había despertado cansada. Al principio del viaje, el sueño la había amenazado con uno o dos cabeceos, hasta que llegaron a los campos dorados: el hermoso paisaje le borró cualquier indicio de somnolencia.

   Según le había adelantado Arixia, la Escuela de Belas Siren dependía de la parroquia de la ciudad, y muchos de los estudiantes, a lo largo de los años, llegaron a convertirse en reconocidos inventores y artistas.

   ―Los forasteros llaman a Belas Siren "La Ciudad de las Luces" ―dijo Arixia―: cada uno de los barrios presume de sus creaciones hechas con los polvos. Sin mencionar las impresionantes obras mecánicas que salen de sus talleres.

   Ery esperaba ansiosa conocer tales creaciones. Ella nunca había escuchado de aquella escuela hasta que empezó a trabajar con Arixia, pues usaban algunos productos provenientes de allí. Y en esta ocasión, eran ellas quienes venderían sus creaciones a la escuela.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora