Capítulo 29

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   Acechándola por el callejón, las siniestras gárgolas desplegaban sus garras hacia ella

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   Acechándola por el callejón, las siniestras gárgolas desplegaban sus garras hacia ella. Un cuervo de peltre negro le graznaba sobrevolándola entre picotazos y golpes de plumas y rumores de engranajes. La voz del alquimista se convirtió en una carcajada demoníaca, y extrañamente se fue apagando hasta volverse una risa amistosa, que a Ery no le resultaba del todo desconocida. Y el revoltijo de plumas y picotazos no cesaba. Cuando sospechó que aquello no terminaría nunca ("¿Por cuánto tiempo más me protegerá ―y me aterrorizará― esta presencia que no puedo ver?"), las gárgolas estallaron en fragmentos llameantes.

   Se despertó. Incorporándose, se pasó la mano por la boca, como si así pudiera quitarse aquel sabor desagradable, amargo y dulce a la vez.

   Sed.

   Necesitaba agua, y ya.

   Apenas los pies tocaron la madera fría del dormitorio, oyó un trueno. ¿Una tormenta? Ery esperó el golpeteo de la lluvia contra los postigos de la ventana, pero en lugar de eso le llegó un nuevo trueno. Aunque lejano, semejante rugido le heló la piel.

   Y temió lo peor.

   Se levantó de un salto, y sin atreverse a abrir los postigos de la ventana salió en camisón a la galería. Arixia la aguardaba afuera, con el equipaje presto para abandonar la mansión.

   Entre los huecos del cielo de esa mañana encapotada, un abanico de rayos de sol iluminaba las galerías, y sonó sobre sus cabezas otro estallido, que hizo revivir en Ery un viejo terror.

   ―¿Qué está pasando? ―le preguntó a Arixia, intuyendo la respuesta.

   ―Un diluvio de fuego ―dijo Arixia, y era evidente que trataba de ocultar su inquietud―. Prepárate como para salir, pero quédate en tu cuarto. Buscaré a la Señora. ―Dio media vuelta, siempre cargando con su equipaje, y se dirigió hacia las escaleras que conducían abajo.

   A punto de volver al dormitorio, Ery advirtió que sobre la azotea del laboratorio danzaban con la leve brisa unas largas plumas grises. En avanzada, una prematura bola de fuego trazó un surco rojo entre los nubarrones ―Ery contuvo un grito―, y el rojo de las llamas reverberó en aquellas plumas. ¿A qué enorme pájaro pertenecerían? Ya se lo preguntaría a su tutora, que siempre tenía respuestas para todo.

   Corrió de vuelta a la habitación, y se apresuró en ordenar sus pertenencias. Le temblaban las manos al revisar que no le faltara nada. Y rezando por que la escuela no terminara como la iglesia de Moskiul. Y su propia casa, por supuesto.

   Lista para salir, ya con el morral en bandolera y el manto escarlata de viaje, entreabrió los postigos de la ventana. Igual que ante una inminente tormenta, el aire no se movía. Las florcitas sobre los tejados, más allá de la muralla, relucían en el alba penumbrosa.

   Ery se palpó el cuello, aferró su cruz solar.

   Unos pasos rápidos se detuvieron frente a la puerta de la habitación.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora