Capítulo 72

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   Mientras una ensangrentada Elven se arrastraba suplicante entre los bloques de piedra, Ery levantó del suelo del arsenal una gigantesca guadaña, la enarboló a dos manos y dejó caer la punta de la hoja sobre la espalda de la vampira

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   Mientras una ensangrentada Elven se arrastraba suplicante entre los bloques de piedra, Ery levantó del suelo del arsenal una gigantesca guadaña, la enarboló a dos manos y dejó caer la punta de la hoja sobre la espalda de la vampira. Elven soltó un grito que al Buscador mismo le congeló la sangre. Lo que podía verse de la cara de la vampira estaba cruzado por numerosas heridas sanguinolentas, pero Ery debía hincarle la guadaña en el único punto vulnerable.

   ―Debes acertarle en el corazón ―le indicó Alan. La nóckut golpeó el suelo con el cabo de la guadaña y se quedó mirándolo, displicente―. Yo te ayudaré.

   Elven seguía arrastrándose por entre los escombros, con las últimas fuerzas que le quedaban, y Alan la detuvo poniéndole la punta del borceguí en la cabeza. Los labios de Elven se movían, él apenas oía un susurro.

   ―Estás suplicando piedad ―dijo Valken―. Y la tendrás. Te daremos la misma piedad que tú le diste a nuestro compañero Kerni.

   La agarró de los brazos, terminó de sacarla de entre los escombros y la dejó boca arriba.

   ―Aquí, Ery. ―Alan señaló el corazón de Elven―. Golpea aquí, y yo le apuntaré a la cabeza.

   Y sin mostrar ninguna expresión ni asentimiento, la muchacha volvió a alzar la guadaña y la bajó hasta hundirla en el lugar que él había indicado.

   ―Muy bien ―dijo Alan, ignorando el nuevo alarido de Elven. Disparó a la cabeza de la asesina de Kerni con un placer y un alivio que no recordaba desde hacía tiempo.

   Incluso en su agonía, Elven era especial: el cuerpo de la vampira convulsionó y, lejos de convertirse en ceniza como la mayoría de los de su raza, se deshizo en una masa compuesta de sangre y una repugnante materia oscura.

   Alan sorprendió a Ery relamiéndose, y corrió hasta ella.

   ―Ery, ¿me escuchas? ―Envainó a Rynfer, guardó la pistola y sujetó por los hombros a la nóckut, a quien acababa de descubrirle en los labios un brillo carmesí―. Jamás te creí capaz de semejante ferocidad, Ery. Incluso has bebido sangre de esa maldita. ¿Cómo has logrado vencerla? ―Observó el cuerpo de Ery, falto de un entrenamiento físico capaz de ponerla al nivel de una vampira como Elven. La nóckut no dijo nada, lo miraba indiferente―. Lo bueno es que ya has cumplido tu misión. Ahora debes venir conmigo: Íbisklev no es segura con las legiones de Exan diezmando todo a su paso.

   Ery se apartó, desdeñosa, y guadaña en mano fue hacia el patio del castillo y el arco que llevaba a la calle.

   ―¡Ery, espera! ―Valken la alcanzó y la agarró de un brazo, pero ella se soltó con un movimiento que podría haberlo tirado al piso.

   Entonces él comprendió: la mitad nóckut de Ery había despertado no para ser protegida por un hombre ni para huir, sino para pelear. Reconocía aquel mismo brillo en los ojos de la nóckut, tan parecidos a los de la combativa Voryanda Rynfer. Se preguntó qué quedaría de la tierna Ery en aquella nueva guerrera. La perversa hechicería de Exan Deil era capaz de vaciar de humanidad a cualquier alma. ¿Cuánto tiempo más mantendría él su alianza con aquel demonio?

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora