Capítulo 71

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   Después de despedirse de Botis, y de recibir en su armadura escamada unas pocas balas perdidas, Alan Valken siguió galopando hacia el acceso oriental de la muralla, según sus planes de no intervenir en masacres inútiles

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   Después de despedirse de Botis, y de recibir en su armadura escamada unas pocas balas perdidas, Alan Valken siguió galopando hacia el acceso oriental de la muralla, según sus planes de no intervenir en masacres inútiles. Ya bastante alejado del portal que entonces atacaban los volkis, llegó junto a la verja metálica del acceso, desmontó y espió al otro lado: un sendero zigzagueante cubierto de aguanieve bajaba hacia un valle entre montículos de piedras multicolores. De un galpón asomaban la parrilla y el parachoques de bronce de una furgoneta. Y, más allá, entrevió los brazos metálicos de las grúas destinadas a los trabajos mineros.

   "Ni un solo guardia ―pensó―. Todos deben de estar defendiendo la ciudad. Gracias, Tom, por descuidar este detalle".

   Sacó de la gabardina el trozo de la mantilla que le había cedido Botis, lo anudó en la verja y retrocedió con el caballo. Ahora debía esperar el llamado de los brideis. ¿Cuál de todas aquellas criaturas lo acompañaría? Esperaba que fuese un bridei con alas: aún debía cruzar al otro lado de la verja.

   Un estruendo que oyó y sintió en todo el cuerpo le indicó que el portal principal de Íbisklev al fin había caído bajo las insistentes garras de los volkis.

   "Me vendría bien uno de esos lobos de fuego ―pensó Alan―, para derribar esta reja".

   Oyó el choque de las espadas contra escudos, contra armaduras, contra piel y carne, oyó los disparos de las carabinas saeteras, de los rifles y de las pistolas. Cuántos vidas humanas hubieran podido salvarse, si los líderes de Berisia se hubiesen sentado a discutir.

   En el instante en que apoyó la mano en la empuñadura de Rynfer, allí donde aún conservaba el crucifijo dorado de Ery, oyó el grito de guerra de los nóckuts. Aquello le heló la piel. ¿Al fin Exan se había decidido a despertar a los nóckuts? Si se trataba de eso, entonces el talismán aún respondía, y por lo tanto Ery Nebresko estaba consciente. ¿Pero estaría también a salvo?

   Percibió una nueva vibración, y advirtió que la tela anudada en la reja emitía un resplandor dorado: la llamada de los brideis.

   En medio del camino que bajaba desde la verja, se fue materializando un enorme lobo gris de seis colas. Los ojos parecían dos piedras de un refulgente granate, capaces de iluminarle el camino por las calles de Íbisklev.

   ―Déjame entrar ―le ordenó Alan, aferrándose a los hierros cruzados―. Por favor.

   El bridei se aprestó por el sendero, hundió las pezuñas en la tierra para tomar impulso y se precipitó contra la verja. Cada zarpazo sacaba chispas que convertían el hierro en polvo, y Alan temió que alertaran al enemigo. A su derecha, el caos en la entrada principal se había intensificado con la llegada de los brideis de las legiones.

   Este bridei era más rápido que los volkis: en cuestión de minutos logró desprender la verja de los goznes. Alan recuperó el trozo de mantilla, montó en el caballo y traspasó el umbral. El bridei marchaba junto a él como si de un perro de caza se tratase. Valken desenfundó la pistola; prefería usar a Rynfer, pero quizás era mejor mantener al enemigo a distancia.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora