Capítulo 1

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   Ery terminó de empacar y sonrió satisfecha

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   Ery terminó de empacar y sonrió satisfecha. Se colgó al hombro el bolso repleto de libros y levantó la valija. Llevaba lo necesario para el viaje, incluso las recomendaciones que Alestia Vorsch le había escrito acerca del uso de ciertos amuletos.

   ―¿Serán auténticas las historias que oí de Moskiul? ―dijo en voz alta, en la soledad de la habitación que estaba por abandonar para cambiar de fortuna. Pensó que su tutora, en su afán de cuidarla, a veces caía en la sobreprotección.

   Además, con todo lo que podría leer gracias al trabajo que había conseguido en aquella librería de Moskiul, confiaba en que los conocimientos empíricos la protegerían quizá más que cualquier medalla de obsidiana o un anillo de plata forjado en luna llena. Aun así, esperaba que los rumores de los exploradores fuesen cosa del pasado. Quienes se aventuraban a cruzar la frontera de Portis Edenia hablaban de espectros en callejas silenciosas, demonios ebrios de sangre, sombras en casas abandonadas... También ella había entrevisto aquellas entidades malignas en libros y en periódicos. Pero no debía pensar en eso. Si no, jamás saldría de los límites del cuarto que le habían asignado, y que ahora dejaba.

   Llevó la maleta hasta la puerta de su habitación. Desde el umbral le echó un vistazo al cuarto y al pasillo que la separaba del resto del edificio, y no pudo evitar las lágrimas: su retiro en la Casa había terminado, y afuera la esperaba un mundo desconocido.

   ¿Y el pasaje del ferrocarril? Ery se palmeó la frente cuando recordó que no necesitaría de boleto alguno: un carruaje tirado por caballos la llevaría personalmente a Moskiul. Algún día los gobiernos de ciudades vecinas terminarían de acordar la prolongación de los raíles. Moskiul no perdería nada extendiendo sus caminos hacia una ciudad costera como Portis Edenia.

   Se preguntó cómo le iría de bibliotecaria, con solo veinte años, en La Cueva del Uróboros, la famosa librería de Moskiul. Era la única de aquella ciudad que, según se contaba, se especializaba en libros esotéricos. ¿Y cómo sería la casa a la que la habían destinado? Según Alestia, era un pequeño cottage cerca de La Cueva misma.

   ―Allá aprenderás de todo ―le había dicho su maestra.

   Era curioso, pero estos tres años que había vivido al servicio de la Casa del Conocimiento le pasaron como un soplo. El tiempo sucedía de un modo distinto en aquel templo de la ciudad, el único sitio reservado a los libros después de la última Guerra Civil.

   Ery acarició la pequeña cruz de oro que llevaba al cuello, resguardada bajo la camisa, y recordó a su maestra y los consejos que le dio: "Nunca olvides esta cruz solar, no la pierdas jamás", habían sido las palabras de Alestia, antes de despedirse ayer. "No pierdas tu alma pura". Y esas palabras le llamaron la atención a Ery: en ellas había una advertencia. Como si tuviera que cuidarse de no caer en un mal que aún no tenía nombre. ¿Qué otro mal podría alterar la relativa paz que se respiraba en los tiempos actuales? Si es que podía llamar paz a la situación que la había llevado a abandonar su ciudad natal en busca de mejores opciones para vivir y crecer.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora