Capítulo 56

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   Ery apagó el despertador, y saltó de la cama

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   Ery apagó el despertador, y saltó de la cama. Abrió el guardarropa, recordando los consejos de Arixia respecto al clima de las tierras que visitarían, y escogió las medias de abrigo, la camisa, el vestido con varias capas de tela y las botas de piel: lo que menos necesitaba era pescarse un resfrío en una misión semejante. Y, sobre todo, debía ser ropa cómoda que le permitiera montar y portar objetos, fuesen alimento o armas.

   Se colgó al cuello la crucecita dorada que le había regalado Alestia Vorsch, y después el talismán nóckut. Guardó las dos cruces bajo la camisa, y se cruzó al hombro la talega, dentro de la que guardó el sobre con aquel amuleto de Alestia, el papel en el que no se distinguía ni un solo trazo.

   Con el manto rojo berisiano sobre los hombros, y la mochila de asalto y el morral ya listos, salió del dormitorio. Debía reconocer que le dolía dejar la comodidad de su nueva casa, pero al menos la acompañaba la hebilla con cruces esmeraldas de Twini y los crayones de polvo coloreado de Zíkmar. ¿Habrían podido sus amigos volver a sus casas después del diluvio de fuego en Belas Siren?

   Pasó una última vez por la cocina para retirar las raciones que le había prometido Equis, y se preguntó cuándo volvería a probar esas delicias en la comodidad del castillo y junto a sus nuevos compañeros de armas.

   "Primero debo asegurarme de regresar", pensó Ery.

   Dejando atrás cualquier pensamiento melancólico, alzó la barbilla y apuró el paso hacia el valle detrás del castillo.

   ―Al fin ―le dijo Alan, cuando ella entró en las caballerizas―. ¿Quieres ayudarme con Boyèts? Debemos ajustar las alforjas con la montura. Terpeniye ya está lista.

   Con el cuidado que Valken le había inculcado, Ery entró en la cuadra del azabache y enlazó las argollas del flanco derecho. Desde el otro lado, Alan sacó de su alforja una cajita metálica y la apoyó sobre la silla.

   ―¿Qué es eso? ―dijo Ery. Dentro de la cajita, una aguja negra osciló y se detuvo señalando hacia ella―. ¿Una brújula?

   ―Un marcador de energía nóckut ―corrigió él, llevándose el dedo a los labios para que no alzara la voz―. Se lo birlé de un estante a tu amigo Melquíades. Y no debí forzar ninguna cerradura, pues lo tenía allí como al descuido, entre los relojes solares. Seguramente Derkin no tiene idea de qué es, ni para qué sirve, ni a cuánto asciende su valor. Algo que me extraña, con todo lo erudito que aparenta ser.

   ―Los conocimientos nóckuts no están al alcance de cualquiera.

   ―Lo sé. ―Valken guardó el marcador―. Por eso creo que Exan no debería saber de esto.

   ―¿Por qué?

   Boyèts resopló inquieto.

   ―Él no lo necesita para detectar a un nóckut: como buen cazador que es, huele su sangre.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora