Capítulo 10

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   A tan altas horas, con la niebla de la noche cubriendo las frías calles de Valday, Alan Valken avanzaba en silencio por el adoquinado que brillaba rojizo al relente y bajo la luz de la luna

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   A tan altas horas, con la niebla de la noche cubriendo las frías calles de Valday, Alan Valken avanzaba en silencio por el adoquinado que brillaba rojizo al relente y bajo la luz de la luna. Iba molesto: el espejo del tocador de su amante se había quebrado ―una discusión estúpida―, y por eso ahora debía caminar, como cualquiera.

   El aroma a jazmín que atravesaba la oscuridad lo guiaba evocándole mejores recuerdos que aquella pelea de alcoba. Recuerdos del pasado, se dijo con displicencia, y se preguntó si Luna sentiría lo mismo que él: últimamente la relación entre ellos había caído en la rutina.

   Valken dobló a la derecha sobre una parcela de hierba, rodeó los macetones de jazmines y fue hasta el castaño detrás de la casona. Se caló el sombrero, y con el mayor sigilo trepó ayudándose con las ramas más fuertes. Al alcanzar la copa del castaño, alzó la vista: más arriba del paredón noblemente agrisado por el tiempo, la ventana de Luna brillaba al plenilunio. Y se abrieron las dos hojas de madera blanqueada, como siempre sucedía.

   Encaramado en un tronco, Alan no vio muy claramente a Luna, aunque distinguió en la penumbra del cuarto la larga cabellera que le caía por delante del escote.

   ―Álex ―dijo Luna en voz baja y asomándose del todo, y Alan sonrió al escuchar su identidad como asesor del gobernador―. Otra vez te presentí, te percibí a mis espaldas.

   ―Tu espejo está hecho trizas, Luna ―dijo él, sonriente―. Así que vine por el camino de la última vez.

   ―Sentado allí arruinarás tu traje, Álex.

   ―Esta noche no tengo prisa.

   Luna se recostó en el alféizar, mirándolo a menos de un metro.

   ―Hoy no puedo, Álex ―le susurró―. No aquí. Está mi familia, y hoy mis hermanas se volvieron insoportables.

   ―¿Y para qué me convocaste entonces? ―preguntó él, quien ahora acababa de perder las pocas ganas que traía de estar con ella.

   ―No te enojes y espérame ―dijo Luna, y desapareció de la ventana.

   Alan se recostó en el tronco del castaño. Ya no tenía la paciencia de antes. Aburrido de esas niñerías de Luna, esperaba terminar con aquello lo más pronto posible.

   Cuando quiso llevar su mente a preocupaciones más lejanas, Luna se asomó otra vez.

   Inclinada sobre el alféizar, le susurró:

   ―Le dije a mi padre que iré a buscar rosas en el jardín del cementerio. Allí tienen las más bonitas. Cuando me hizo ver que ya es muy tarde, y sobre todo para ir precisamente a aquel lugar, le mentí que la medianoche es el mejor momento para recoger las más formidables rosas. "Ningún árbol cubre de sombras la rosaleda, padre", le dije con mi mejor mohín. Y nada más objetó: ama tener una hija valiente.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora