Capítulo 37

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   Faltaban pocos días para que Alan Valken viajara de Valday a Moskiul: debía asistir a la reunión convocada por el flamante gobernador

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   Faltaban pocos días para que Alan Valken viajara de Valday a Moskiul: debía asistir a la reunión convocada por el flamante gobernador. Ríkbert Milvain, el sucesor del funcionario asesinado, lo había convocado a él junto a otros asesores de ciudades vecinas para anunciarles un proyecto.

   Pero, antes del viaje, debía cumplir una misión: algunas entidades oscuras no dormían nunca. Como Buscador, investigaba cualquier indicio de actividad de entidades oscuras detectadas por los habitantes. Y ahora, poco después de terminar su turno en el ministerio, visitaba una casa abandonada en las afueras de la ciudad, una de las muchas casas castigadas por el último diluvio de fuego en la frontera entre Valday y Moskiul.

   Después de que un carruaje lo acercara a la periferia de la ciudad ―ningún conductor de moderno y rápido coche había aceptado llevarlo a aquella zona en esas horas nocturnas―, Alan se apeó y siguió solo por una de las carreteras que lo llevarían más allá de los suburbios. Ya cerca de la frontera con Moskiul, se desvió del camino hacia una hilera de abedules. Y reconoció la casa abandonada.

   La misión era tan simple como inminente: eliminar a un "acechante", como el vulgo llamaba a las sombras de materia sólida y forma aproximadamente humana que solían instalarse en construcciones sin dueños. Él disponía de unos sellos aplicables a puertas y ventanas para impedir el ingreso de muchas entidades de la Noche. Pero la casa ya había sido infectada, y él no podía hacer más que combatir contra la entidad.

   Los "acechantes" no solo destacaban por su agilidad suprema. Su punto fuerte era el terror que causaban sobre sus víctimas con su mera presencia. ¿Quién no sufriría pesadillas después de ver aquellas caras hechas de oscuridad pura, sin nariz ni boca, ni ojos ni las más mínimas facciones?

   Alan Valken pensó, ufano, que solo alguien como él, quien había visto las peores cosas, soportaría aquellas visiones hasta destruirlas.

   La puerta colgaba del marco, sujeta por un gozne y con cicatrices de fuego. Alan espió desde una ventana, cuidando de no cortarse con los vidrios destrozados. La luz del exterior era muy pobre, y le permitió adivinar la sombra de las telarañas colgando del techo. Los insectos debían de ser allí los únicos seres vivos, pues no podía considerar como vivos a los "acechantes".

   Sobre la madera del piso se proyectaban las sombras de los vidrios hechos trizas. Alan insertó un naipe en cada esquirla que asomaba del marco de las ventanas, solo como precaución adicional: llevaba a Rynfer al cinto, suelta dentro de la vaina para enfrentar la primera señal de ataque. Cruzó el umbral, y esquivó el primer golpe, a la vez que desenvainaba la hoja.

   El cuerpo negro con cara sin cara se irguió hasta alcanzar unos dos metros. Alan tragó saliva. Aferró con más fuerza la espada, y con el puñal en la otra mano avanzó. Una estocada arriba, esquivar un puño con un paso al costado, agacharse, otra estocada abajo y retroceder. Esquivó un abrazo peligroso, giró y le asestó al "acechante" un puñetazo en las costillas. Era tan raro tocar a uno: tocar el aire, la nada misma que los "acechantes" resultaban ser, pero con la carne suficiente para sangrar con cada corte y estocada de la hoja.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora