Capítulo 4

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   Una mancha oscura invadió la superficie del espejo, borrando el reflejo de Ery y del extraño, y una neblina blancuzca se extendió desde los bordes y se fue disipando hasta dejar ver el interior de una sala de paredes cubiertas con negras colgad...

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   Una mancha oscura invadió la superficie del espejo, borrando el reflejo de Ery y del extraño, y una neblina blancuzca se extendió desde los bordes y se fue disipando hasta dejar ver el interior de una sala de paredes cubiertas con negras colgaduras.

   ―Entra. ―El hombre empujó a Ery hacia el espejo, y ella por instinto apoyó las manos en la superficie, pero siguió avanzando. Era como atravesar una cortina de agua, aunque sin mojarse.

   La recibió otro ambiente, igual al que vio en el espejo, pero más iluminado. Y lo primero que percibió fue una voz de mujer que provenía de un corredor a la izquierda.

   ―¡Señor Deil! ―dijo la voz, que se venía acercando―. ¿Es usted?

   Una mujer con una larga túnica, ajustada con un corsé de cuero, entró en la sala desde aquel corredor. Ery dio un paso atrás y chocó con ese maldito Deil, quien terminaba de salir del espejo.

   ―¿Qué está pasando? ―lo encaró Ery, y el otro se limitó a alzar una ceja―. ¡Qué es todo esto!

   ―Señor Deil ―dijo la mujer―, los protegidos deben ser informados...

   ―...  Arixia ―interrumpió Deil―, ocúpate de ella. No tardaré.

   Deil tomó por el mismo pasillo que la había traído a Arixia.

   Ery se volvió hacia el umbral difuso que acababan de atravesar: ahora, un espejo común y corriente que la reflejaba de cuerpo entero. Y por el espejo vio cómo los grandes ojos rubíes de esa tal Arixia la estudiaban con suma atención. Casi tan alta como el tal Deil, mucho más alta que Ery, llevaba un par de trenzas negras cruzadas sobre la cabeza. Un par de antiparras le colgaban del cuello.

   ―¿Por qué me han traído aquí? ¡Exijo que me lo expliquen!

   Con un gesto amable, Arixia la guio por el pasillo.

   ―Tranquila, pequeña ―dijo con una sonrisa, caminando junto a ella entre unas altas paredes iluminadas con bujías de gas―. Creo que seré yo quien te pondrá al tanto.

   Largos tubos dorados cruzaban el techo, seguramente como parte de la calefacción central a vapor que ella conocía. Pero el tapizado de los paneles, del color del fuego, no le infundía a Ery la calma que necesitaba. Acarició la crucecita dorada que llevaba al cuello, y pensar en Alestia la reconfortó. En el bolso llevaba un par de libros que ella le había prestado.

   Exan Deil iba y venía frente a los portales de la centenaria fortaleza

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   Exan Deil iba y venía frente a los portales de la centenaria fortaleza. Cada vez que volvía a cruzar los espejos-portales tras un largo período de inactividad, una tormenta o una nevada nunca vista castigaba alguna de las ciudades de la región.

   Marchaba con la vista fija en las botas, y de vez en cuando estudiaba la muralla de pinos y abedules que rodeaba el castillo. Al pie de la cadena rocosa hacia el norte de la región, unas nubes oscuras cubrían la fachada de la gigantesca construcción de piedra gris que amenazaba al cielo. El viento traía el olor a tierra húmeda que anticipaba las lluvias. Los relámpagos del horizonte auguraban tormenta. Pero pronto las crecientes ráfagas de viento cesaron.

   Exan se detuvo junto al sendero de hierba desgastada que llevaba al castillo y apoyó una mano en la culata de una de las pistolas que cargaba en el cinturón, ocultas por el abrigo.

   Por fin los jinetes que esperaba salieron del bosque, al trote, y en cuanto lo vieron a él se detuvieron. Llevaban armadura ligera, gruesas capas de piel y unos gorros terminados en densas orejeras que desentonaban con los livianos sombreros usados por los Guardianes del norte de Valday, la ciudad más cercana.

   Devnus, el Guardián de sonrisa astuta, desmontó y entregó las riendas a uno de los compañeros. Se acercó a Exan y puso una rodilla en tierra.

   ―Señor Deil, te traigo novedades de Ribinska.

   Exan se paseó un rato frente al Guardián, sin dejar de observarlo.

   ―Habla, Devnus ―ordenó.

   ―El puente norte del río está destruido. Un grupo de la división de Ingenieros trabaja en las investigaciones pertinentes. Solo el cruce junto a las montañas está en condiciones para llegar a Ribinska.

   ―¿El Centro quedó aislado?

   ―Queda el paso del sur. ―El jinete se levantó―. Todas las actividades continúan desarrollándose con normalidad. Los suministros tardarán más en llegar desde las ciudades australes.

   ―Comprendo. ―Exan iba y venía bordeando el sendero que llevaba al castillo―. ¿Por qué viajaron hasta aquí?

   ―Órdenes del Guardián en jefe, señor. Nuestro capitán decidió enviarnos a esta zona como parte de nuestra recorrida de control.

   ―¿Y los Guardianes de Frontera de cada ciudad?

   Devnus lo miró confundido, alzó las cejas.

   ―Órdenes que recibimos, señor. Aunque razón no te falta. Desde el Centro te sugieren que continúes con las investigaciones al respecto. ―Y añadió, con una media sonrisa que resaltó la cicatriz de la mejilla―: recomendaciones de tu Defensor.

   Devnus se inclinó y montó en su caballo. Exan se cruzó de brazos y sonrió.

   ―Nunca olvido a un buen soldado ―dijo.

   Tras un saludo marcial, los tres jinetes azuzaron a las monturas y se adentraron en el bosque para continuar su camino.

   Tras un saludo marcial, los tres jinetes azuzaron a las monturas y se adentraron en el bosque para continuar su camino

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Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora