Capítulo 39

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   El nuevo día amaneció algo nublado, aunque no hacía frío

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   El nuevo día amaneció algo nublado, aunque no hacía frío. Alan pensó que sería una agradable jornada si llegaban a sesionar en la tribuna del parque. Aunque una de sus nuevas preocupaciones era el dolor de cabeza con el que había despertado, y todo por la sombra de aquella vampira en sus pensamientos. Esperaba que el malestar le permitiera cumplir las obligaciones como asesor, con las menores complicaciones.

   Lo primero que hizo fue aprovechar la escasa luz del amanecer para poner en conocimiento a Exan Deil de la existencia de la vampira y su maldita plaga. A falta de un espejo-portal ―la invitación a la Asamblea mencionaba ese detalle―, le escribiría una carta. La carta llegaría primero a manos del Guardián Devnus, a quien él le había encargado un par de rondas diarias por las inmediaciones de los ministerios en Valday durante su ausencia. Devnus podría consultar el correo en la delegación de Guardianes más cercana.

   Al terminar, Alan hizo lo que siempre hacía al comunicarse con Exan y otros agentes del Centro: aplicó los sellos para volver invisible la tinta. Cuando cerró el sobre y se lo guardó dentro del chaleco, vio deslizarse por la rendija de la puerta un papel. Espada en mano, Alan fue rápidamente hacia la puerta y la abrió de golpe. Frente a su habitación no había nadie, pero al asomarse con cautela al corredor reconoció a un Guardián. Se trataba de un simple mensajero: cuando llegaba a una nueva puerta, el muchacho deslizaba un papel por la rendija.

   Valken cerró con llave, levantó el papel que le había tocado, y lo leyó. Sin preámbulo ni saludo, él y los demás funcionarios allí alojados eran convocados en el parque del predio para una formación ante el capitán de los Guardianes. Y él sospechaba el motivo de aquella cita.

   Decidió no presentarse armado. Guardó a Rynfer en uno de los armarios del dormitorio y, sin la ayuda de un espejo, se arregló lo mejor que pudo.

   En el parque lo esperaban Leik, de Valday, y Yuri, de Ribinska. Nastia, asesora en la gobernación de Zelania, no había llegado todavía. Media docena de Guardianes sacaba pecho en una perfecta fila, delante de las gradas del anfiteatro. Uno de ellos se separó del grupo, y Alan reconoció la divisa del capitán: el mismo imbécil que anoche lo había escoltado hasta allí. El sol de la mañana brillaba en sus orgullosas charreteras.

   Y parecía que el capitán también lo recordaba de aquel desagradable encuentro, pues al devolverle la mirada sonrió mostrando los dientes como un lobo. Alan pensó que aquel impertinente debía de estar disfrutando: tenía ante sí y ante sus fieles Guardianes a los asesores, como el burdo simulacro de un fusilamiento.

   ―¿Dónde está Smirnova? ―dijo el capitán―. Tráiganla.

   Dos Guardianes fueron hasta el pabellón y llamaron a una de las puertas. Nastia apareció en el umbral, envuelta en un encorsetado traje de terciopelo azul que marcaba sus curvas, y calzando unas elegantes botas. Los negros bucles le cubrían los hombros.

   Leik le dio un codazo a Valken:

   ―Como siempre, lista para la batalla ―le susurró, sacándole una discreta sonrisa.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora