Capítulo 42

84 33 37
                                    

   Al tercer día, el inicio del debate fue muy promisorio, con los ciudadanos rebosando su sector de la tribuna

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

   Al tercer día, el inicio del debate fue muy promisorio, con los ciudadanos rebosando su sector de la tribuna. Los asesores fueron presentados al público, y después, por sorteo, cada ciudad expuso los temas preparados. La mayoría eran acuerdos de cooperación económica entre dos o más gobiernos para realizar obras, mejorar las comunicaciones y el comercio. La defectuosa gestión de los Guardianes no fue incluida en la agenda del día, aunque Alan estaba seguro de que el tema saldría a la luz ante la primera oportunidad: en gran parte de la concurrencia notaba fastidio, y se notaba ese estado de malestar característico de los grandes grupos.

   Valday fue la última en exponer. Y entonces el debate se caldeó. Ruslan, Leik y Álex Morgan pasaron a explicar los dos proyectos nuevos que Siminov deseaba concretar con la ayuda de Moskiul. El primero consistía en el intercambio de materiales para renovar la red de acueductos del centro de Valday. Las dos ciudades podrían aprovechar los beneficios de las montañas del norte, además del Gran Río que separaba a Valday de los campos helados de Berisia. El segundo proyecto planteaba la extensión del ferrocarril hacia el oeste ―Moskiul― y hacia la zona oriental del territorio; es decir, más allá del puente norte recientemente destruido.

   Antes que el viejo Ruslan explicara la situación presupuestaria de los dos proyectos, los miembros de la gobernación de Moskiul ―cómodamente protegidos bajo un baldaquino en el estrado― cuestionaron el plan sobre la expansión del ferrocarril. ¿Qué ciudad se haría responsable del tramo entre ambas fronteras? Aquel nivel de tecnicismo sorprendió a Valken. Alguien sugirió que lo conveniente sería mantener la responsabilidad de los Guardianes, y entonces la sesión estalló. Milvain les recordó que la vigilancia de las fronteras era un asunto interno, lo cual indignó sobremanera a gran parte de los ciudadanos presentes. ¿Para qué servían los Guardianes, si prácticamente a diario los entes prohibidos se cobraban una nueva vida?

   ―¡Queremos que se nombren a los miembros de la cámara de Ayuda Civil! ―clamó alguien.

   Voces de aprobación se fueron extendiendo entre los ciudadanos. Alan se dio cuenta de que Milvain había quedado a la espera, sin perder de vista la reacción de los asesores invitados, quienes se abstuvieron de manifestar su acuerdo o rechazo a la petición. El gobernador consultó con sus colegas, volvió a ocupar el centro del anfiteatro, y alzando los brazos impuso silencio:

   ―La cámara se formará con el asesoramiento del Ministerio de Seguridad. Si ustedes lo necesitan tanto como lo demuestran con semejante vehemencia, desde mañana mis asesores iniciarán el procedimiento para convocar a los voluntarios en nuestras delegaciones de Guardianes.

   Hubo tantos aplausos como quejas, y Valken pensó: "Más papelerío de la burocracia, pero al menos se escucharán las demandas de los ciudadanos".

   Reparó en que Milvain, con ayuda de sus hombres, se extendía en otros asuntos particulares de Moskiul. Y Alan aprovechó para repasar lo que venía viendo y escuchando.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora