Capítulo 15

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   Protegida por su edredón de plumas, Ery veía cómo la lluvia pegaba contra los vidrios de la ventana

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   Protegida por su edredón de plumas, Ery veía cómo la lluvia pegaba contra los vidrios de la ventana. Y la tormenta no cesaba nunca. Hasta donde ella podía ver, los campos habían sido totalmente anegados.

   No sabía si dormir o seguir leyendo un diario de viajes que había encontrado entre las estanterías del tercer piso. Se revolvió en la cama y decidió levantarse: la sed la estaba matando. Se calzó, dispuesta a bajar a la cocina.

   Oyó gritos que provenían de la planta baja: uno era el secretario Nymer; pero Ery no podía reconocer la otra voz, que sonaba más tonante. En cuclillas, espió por la balaustrada, y reconoció a aquel hombre de bigote descomunal, con esa máscara de pico sobre la cabeza, que había visto en ese mismo salón durante su primera noche en el castillo. Sin soltar su ostentoso reloj de chaleco y el maletín que llevaba en la otra mano, el hombre le recriminaba al secretario no saber qué significaban los colores de las carátulas de los informes:

   ―¿Ignora la urgencia de este asunto? ―decía el hombre, con las guías de su bigote erizadas como pinzas de escarabajo. Siguió con sus diatribas, y ahora se atrevía a clavar el dedo índice en el pecho de Nymer―. ¡El señor Deil se enterará de esto!

   ―El señor Deil no desea recibir a nadie esta noche, doctor Lambert. ―El secretario alzaba la voz, aunque sin perder la compostura―. Acaba de volver de una de sus misiones, y no está de humor para calmar a gentes soberbias.

   ―¡Dígale que sus socios tampoco tenemos ganas de tratar con él, pero lo hacemos igual porque no tenemos otra opción! ¡"Gentes soberbias", vaya irrespetuosidad!

   Ery vio que Nymer suspiraba cansado, aunque sin alterarse: enfrentamientos como ese debían de ser algo corriente en su vida. En cuanto el hombrón de los crueles mostachos abandonó el castillo, Nymer cerró las puertas de entrada. Ya solo ―creyéndose solo, por decirlo mejor― pateó el piso. Se acomodó la librea, y repuso su hierático empaque.

   Ery bajó y fue hacia la cocina.

   ―Buenas noches, señorita Nebresko ―se despidió Nymer.

   Ery lo miró sorprendida ―nunca había recibido un trato tan cordial por parte del secretario―, y correspondió al saludo. Entró en la cocina, y al rato salió con un vaso de agua. Iba a volver a su habitación, pero sus pies curiosos la llevaron al pasillo que conducía al taller de Arixia.

   Se detuvo a unos metros del taller: una línea de luz escapaba por el resquicio de la puerta entreabierta. Sigilosa, Ery abrió un poco más. Y encontró a Exan Deil inclinado sobre una de las mesas, pasando las hojas de un libro. Ery reconoció el manual de fabricación de luces que usaban con Arixia.

   ―¿Necesitas ayuda, Exan?

   El Cazador le echó un vistazo y volvió a concentrarse en el manual.

   ―La arena es un producto que usan en estas... cosas ―dijo―. La pólvora también, aunque le prohibí a Arixia que la usara. Trae demasiados problemas.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora