Capítulo 8

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   Ery se despertó agitada, como si una mano invisible la arrancara del mundo de los sueños

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   Ery se despertó agitada, como si una mano invisible la arrancara del mundo de los sueños. Abrió del todo los ojos, mientras pensaba con añoranza en el reloj despertador de su cottage. Llegaba el alba.

   Se echó una túnica sobre el camisón de dormir, y bajó al salón principal con la carta para Melquíades Derkin, de la que había tomado el recaudo de conservar una copia.

   Nymer ya coordinaba el movimiento que rompería la tranquilidad del castillo. Personajes de aspecto extravagante ―ella los recordaba desde la primera noche― iban y venían entre la sala de reuniones y el pasillo que llevaba a la sala de los espejos.

   Ery se acercó al ayudante:

   ―Disculpe, ¿sabe cuándo llegará el furgón del correo?

   ―Nuestro mensajero espera afuera, señorita ―le respondió Nymer, señalando los portales abiertos de par en par―. ¿Ve aquel vehículo? El chofer podrá ayudarla.

   Junto al camino, los accesorios de bronce brillaban por contraste con la carrocería gris del furgón. Por una de las ventanillas, Ery vio las bolsas, de las que asomaban sobres y paquetes.

   Le mostró la carta al chofer:

   ―¿Podría entregar esto en La Cueva del Uróboros? La dirección es de Moskiul.

   ―¿Moskiul? ―repitió el chofer―. Son veinte denkas.

   ―¡¿Veinte?! ―Ery revolvió en su amplia faltriquera―. No me alcanza...

   ―¿Usted también? ―se quejó el otro―. Es una pesadilla trabajar con gente del señor Deil, pero por lo menos él nunca anda corto de dinero.

   Ery lo pensó. ¿No la dejaban volver a su casa? Pues bien, de algún modo pagarían tal "secuestro". Dijo:

   ―Entonces deje la deuda a nombre de Exan. Yo me encargaré de explicarle.

   ―Si usted lo dice... Le tomo la palabra solo porque de aquí tengo buena referencia de la señora Arixia. Pero muchos de los que pasan por esta casa son de cuidado.

   Ery le agradeció al chofer entregándole tres denkas, y volvió al castillo.

   Como no había desayunado, pasó por la cocina. Le sorprendió no encontrar al cocinero Equis en el rincón junto al fuego. Los bordes de las ollas y los filos de las hachuelas y los cuchillos relucían desde estantes y paredes.

   En el hueco entre dos alacenas, Ery encontró un raro envoltorio: acaso un panel o un biombo plegado, embalado por un lienzo, y todo rodeado por un par de vueltas de cadena.

   "Extraña manera de empaquetar un panel", se dijo Ery, y al descorrer un poco la tela descubrió que no envolvía un panel o un biombo plegado sino un espejo.

   Otro espejo. Y de cuerpo entero.

   Dos lunas habían pasado desde su travesía ―prefería usar ese poético eufemismo en lugar de la palabra secuestro― por un espejo-portal.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora