Capítulo 30

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   La Señora ―tal era la identidad que había elegido para su misión aquel monstruo― sonrió para sí mientras escuchaba el cese paulatino del diluvio de fuego

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   La Señora ―tal era la identidad que había elegido para su misión aquel monstruo― sonrió para sí mientras escuchaba el cese paulatino del diluvio de fuego. Aquello le recordó las neviscas que solían sorprenderla en la tundra de Berisia, cuando todavía era una arpía libre, sin sujeción a nada, y menos a la amenazadora presencia de aquella vampira. Elven, su captora, le había asegurado que no la asesinaría si cumplía con éxito una misión esencial en la Escuela de Belas Siren. Y ella cumplió: la noche anterior, uno de sus portavoces le había entregado a Hóldbert Póroschwarz, el supuesto experto en explosivos y pólvora, el misterioso talismán nóckut; y el viejo, por su parte, le entregó al portavoz el Libro rojo de los no-muertos, tan codiciado por la vampira. Según tal portavoz, el intercambio se realizó poco antes de la cena compartida con los estudiantes. Ahora a ella solo le restaba entregarle a Elven el Libro.

   Si es que no se lo impedían los dos perseguidores que la habían descubierto. Los había advertido cuando salió de la escuela aquella misma mañana, y uno de sus portavoces la previno: en las inmediaciones de la plaza, a metros de la parroquia, merodeaban dos hombres armados, a quienes ella jamás había visto antes. Aunque de uno de ellos sí habría oído rumores.

   Fue a la ventana del salón, y tras comprobar el cese de la lluvia apuró el paso hasta la entrada del edificio. Fuera de la vista de sus portavoces y de los molestos intrusos que seguramente exigían de ella una respuesta ante la amenaza del diluvio, abrió con tal fuerza las dos hojas de la puerta que los goznes gruñeron. Caminó sobre los restos de la hierba, esquivando lagunas de ceniza humeante, y se detuvo frente al portón de madera de la muralla que la separaba de la ciudad. Sabía que sus perseguidores la acechaban del otro lado.

   ―Respondan ―les dijo, alzando la voz―. ¿Quién atenta contra la Casa de Belas Siren?

   La respuesta fue un disparo que atravesó el portón y le dio de lleno en el hombro. Ella se lo sujetó, tratando en vano de frenar la sangre que ya teñía la hierba a sus pies.

   Retrocedió hasta la seguridad del castillo. Relativa seguridad, porque si al menos uno de sus perseguidores era quien ella suponía, debía cuidarse más de la cuenta.

   ―¡Cierren puertas y ventanas! ―graznó―. ¡Es el Cazador!

   Los dos portavoces corrieron por las salas de la planta baja cerrando todas y cada una de las aberturas, y ella se apostó en la sala de recepción del castillo para contraatacar a su perseguidor: estaba lista para convertirse en lo que en realidad era.

   Y aguardando así la llegada inevitable de Exan Deil, la falsa rectora se encogió en un rincón, simulando estar más herida de lo que estaba. Se fingía un ave herida hostigada por el cazador y su perro, esperando alzar el vuelo con sus últimas fuerzas. De pie frente a la puerta, dos de sus portavoces ―marionetas inútiles, sin una sola arma con que defenderse― esperaban estoicos.


   Lejos del escondite de la Señora, en la penumbra del salón ―una oscuridad mayor que la del exterior envolvía todo, debido al cierre de cada abertura―, Ery volvió a verse en las catacumbas de la iglesia de Moskiul. Aunque esta vez la acompañaba una emoción diferente.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora