Capítulo 52

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   Remi había empezado a prestarle mucha más atención a Melquíades: en los últimos tiempos, más precisamente desde que el gobernador anunció las primeras tareas en la Plaza de las Cinco Fuentes, aquel excéntrico mostraba actitudes que él jamás le ...

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   Remi había empezado a prestarle mucha más atención a Melquíades: en los últimos tiempos, más precisamente desde que el gobernador anunció las primeras tareas en la Plaza de las Cinco Fuentes, aquel excéntrico mostraba actitudes que él jamás le hubiera sospechado. Ahora, debía soportar los desmedidos elogios hacia Milvain que a Derkin se le escapaban durante alguna que otra charla con los clientes.

   Esta mañana en particular, Remi había llegado a La Cueva más temprano que de costumbre. A través de la ventana vio movimiento dentro de la librería: Derkin debía de estar preparando el local para la apertura. Pero algo le llamó la atención, y se pegó al vidrio de la ventana para ver mejor el interior.

   ¿Era realmente Melquíades quien caminaba de un lado a otro frente a los anaqueles repletos de libros? Una puntiaguda capucha le ensombrecía la cara, y cubierto por una túnica que le llegaba al piso trazaba con la mano en el aire misteriosas figuras invisibles.

   Remi se alejó de la ventana, convencido de que un extraño ―acaso un brujo― había allanado la librería. ¿Habría reducido a Derkin? ¿Por qué se mostraba tan osado, desplazándose con tanta familiaridad? Decidido a enfrentar a aquel desconocido, miró a su alrededor en busca de ayuda: en la calle prácticamente desierta no vio a un solo agente de la ley. Se llevó la mano al bolsillo del chaleco, donde guardaba su vara de electrochoque plegable, y con todo sigilo fue a abrir la puerta.

   Pero no pudo evitar que la campanilla junto al dintel diera aviso de su entrada, y enseguida el encapuchado detuvo su ritual o lo que fuese y pegó los brazos al cuerpo.

   ―¡Remi! ―dijo, la voz amortiguada con un pasamontañas que le dejaba al descubierto solo los ojos.

   ―¿Quién demonios...? ―Remi se descolgó la mochila, preparado para arrojársela a la cabeza a aquel intruso―. ¿Es usted, Melquíades?

   El hombre se echó atrás la capucha y se sacó el pasamontañas. En efecto, aquel era Melquíades Derkin, pero aun así Remi no apartó la mano del bolsillo de su chaleco.

   ―Mil disculpas, mi querido Remi. Estaba practicando un..., una danza arcana que usaban los monjes del Reino Extinto para purificar las habitaciones de los hogares. Yo considero a La Cueva como un hogar. ¿Tú no, Remi?

   ―Claro que sí, señor Derkin. Si tan solo me hubiera avisado ayer que hoy debía entrar más tarde...

   ―Lo siento, muchacho.

   Mientras Melquíades se deshacía de la túnica y del pasamontañas en la trastienda, Remi inspeccionó con rapidez las estanterías que lo rodeaban. No vio nada que le llamara la atención, aunque aún persistía en él esa curiosa sensación de alerta.

   Sacudió la cabeza. Quizás era imaginación suya, sugestionado por el extraño comportamiento del librero. Y además él estaba muy pendiente de la lucha contra los entes oscuros: acababa de enterarse de que los escombros de la iglesia serían reemplazados por un laboratorio científico-ocultista, y eso le había parecido una noticia francamente alarmante.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora