Capítulo 47

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   El día siguiente amaneció con un cielo azul manchado de rosa, y unas pocas estrellas asomaban aún sobre las montañas donde horas antes rugían los temibles truenos de la tormenta de nieve

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   El día siguiente amaneció con un cielo azul manchado de rosa, y unas pocas estrellas asomaban aún sobre las montañas donde horas antes rugían los temibles truenos de la tormenta de nieve.

   Todavía pegado a la almohada, Kalev abrió un ojo y vio a Gásper, que terminaba de preparar el equipo de cada uno: mochila de asalto, cantimplora, brújula, antiparras, binoculares. Nunca sabían a qué clase de pruebas los enfrentaría cada jornada.

   El bueno de Gásper ya vestía el uniforme. Kalev giró sobre el colchón y envidió el prolijo lazo rojo que colgaba anudado al cuello de la camisa de su compañero: a él nunca le saldría aquel nudo perfectamente simétrico.

   ―¡Levántate, Kalev! ―Gásper le tiró a la cara la camisa negra―. Vístete antes que pasen a buscarnos. Somos los únicos aquí, los demás salieron a desayunar.

   ―Todavía es temprano... ―dijo él, y ahogó un bostezo contra la almohada.

   ―¿Ya te olvidaste del plan de Varinia? Me extraña de ti, que te has pasado todo el último año suspirando por la brujita de pelo verde.

   Kalev se incorporó de un salto y hundió su almohada en la cabeza de Gásper.

   ―Gracias por recordármelo ―dijo, saltando en un pie para calzarse el pantalón―. ¿Será que no estoy convencido del todo sobre aquel plan? Debería haberme negado.

   ―Pero qué tonterías dices, Kal. No tuvimos opción de negarnos. ¿O has olvidado todos sus argumentos y la insistencia con que nos habló? La malévola insistencia, por mejor decirlo. Y no solo fue insistente con eso.

   ―¿A qué te refieres?

   ―Después de lo que vi entre ustedes dos ―Gásper sonrió―, no me gustaría estar en los zapatos de Thomas.

   Kalev se sintió enrojecer. No tenía sentido defenderse, Gásper estaba en lo cierto.

   Se abotonó la camisa, ajustó las correas del chaleco y verificó que contaba con suficientes cartucheras de munición. Asegurado su cuchillo al cinto, encima se ajustó el caftán, con la invisible inscripción de sellos protectores. Kalev sabía, y por propia experiencia, que esa clase de sellos no garantizaba una absoluta invulnerabilidad. Aunque quizás hoy los pondría a prueba una vez más, durante su primer examen de caza de dianas: nunca había que descartar un accidente con las armas.

   Terminó de vestirse, se ajustó los borceguíes y se anudó al cuello el lazo rojo. Al contemplarse en el espejo, resopló frente al desastroso nudo.

   ―Déjame a mí. ―Gásper se lo corrigió haciendo aparecer el tradicional moño flojo que debía colgar sobre la camisa―. ¿Ves? Es más fácil que cazar drudens en el bosque.

   ―Hablando del bosque, ¿ya liberaste a Tomy?

   ―Todavía duerme en el cuartucho, entre los almacenes y la caldera. Varinia me ayudó con un sello inhibidor de ruidos: nadie que pase por allí oirá nada, aunque se quede afónico aullando. ¡Pobrecito, debe de tener hambre! Nos vemos afuera, Kal.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora