Capítulo 26

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   Acurrucada en la alfombra de vellón, muy cerca del hogar de leños que iluminaba la piel de su amado, Elven se mordió los labios recordando cómo Melquíades se había llevado el Libro rojo de los no-muertos, después de ayudarla a liberar a Tom

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   Acurrucada en la alfombra de vellón, muy cerca del hogar de leños que iluminaba la piel de su amado, Elven se mordió los labios recordando cómo Melquíades se había llevado el Libro rojo de los no-muertos, después de ayudarla a liberar a Tom.

   Intuía que Derkin no trabajó solo cuando se lanzaron a rescatar a Thomas, que alguien lo había estado aconsejando. Y que aquel alguien estaría aconsejándolo ahora también. Era Tom quien se mantenía en contacto con aquel viejo, mediante uno de los capitanes de la escolta de Guardianes del gobernador de Moskiul. Los mensajes cifrados ―con una técnica aprendida por Thomas durante su formación en Ribinska, tiempo atrás― eran el único método que habían estado usando hasta el momento; nada de espejos-portales.

   Ella había fracasado en su intento por recuperar el grimorio la noche en que había logrado entrar a la librería durante la ausencia del viejo. Bajo las sospechas que ahora albergaba, si ella quería hacerse con el libro, arrebatarlo de las manos de Melquíades ―a quien de inmediato decapitaría por haberla despojado y huido miserablemente de la montaña―, debía cuidarse de aquel tercero.

   Más que consejos, Derkin debía de estar recibiendo órdenes de alguien: era un débil que no podía entrar en acción él solo. ¿Y quién sería aquel amo suyo?

   Alguien que conoce la existencia del talismán con la sangre de lord Rynfer y su utilidad.

   Y ese alguien también sabría de la existencia del grimorio que contenía el secreto de la inmortalidad vampírica: el Libro rojo de los no-muertos, el libro por el que ella daría siglos de existencia. Desconocía cómo semejante libro había llegado a las manos de aquel viejo, pero haría cualquier cosa para conseguirlo. Gracias a ese libro, ella había vuelto a la "vida".

   ―Fue fácil aislar el poder de esa maldita cruz de jaspe negro ―dijo Elven con una sonrisa. Apartó la mirada de los leños moribundos en el hogar, y se giró hacia Thomas, sentado junto a ella como todas las mañanas―. Un paño con los sellos correctos nos protege de tocarlo, conjurando así los efectos catastróficos que eso tendría para nosotros.

   ―Y pensar que una baratija como esa...

   ―... ¡Tom! La sangre nóckut en nuestro poder no es una baratija: es el arma de nuestro enemigo. Y ese talismán es la moneda de intercambio para conseguir el Libro rojo. Aprovecharemos que el viejo debe cumplir una tarea en una escuela de Belas Siren. Ya tenemos allí a un agente con el talismán para concretar el intercambio: se trata de una arpía que capturé en la tundra hace tiempo, ya sabes.

   Thomas sonrió.

   ―Nunca me contaste bien aquella aventura ―dijo―. Conque no solo cazas nóckuts desprevenidos, sino también arpías berisianas.

   Elven se enroscó en el dedo un trozo de vellón y lo cortó con una de sus afiladísimas uñas.

   Todavía recordaba el zarpazo de bienvenida con que aquella bestia le había marcado el antebrazo: sorprender a una arpía en su propio nido, junto a su lechigada, no era una aventura de la que se saliera con vida muy fácilmente ―Elven se miró la cicatriz del brazo―, a menos que tuvieses la habilidad de sanar heridas como aquella.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora