Capítulo 69

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   Ery revolvía sin cesar la mezcla que se cocinaba en un pequeño caldero

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   Ery revolvía sin cesar la mezcla que se cocinaba en un pequeño caldero. El taller de Elven era tal como lo había visto en una de sus visiones. Disponía de estanterías de libros y de recipientes que almacenaban polvos, hierbas y animales muertos sumergidos en líquidos malsanos.

   Bajo la atenta mirada de la vampira, Ery se felicitó por la investigación sobre el universo de los nóckuts que había hecho entre los libros de Exan Deil, en la biblioteca del castillo. Recordaba a la perfección un elixir ancestral usado por ellos para afinar los poderes sin modificar el aura vital: un recurso usado en los antiguos tiempos de la Persecución Nóckut. Ery solo necesitaba pétalos de rosa azabache, agua de lluvia y hojas secas de adormidera. Para su sorpresa, la vampira no le había negado ninguno de esos ingredientes. Y era lógico: si Elven desconocía su naturaleza nóckut, no sospecharía nunca de los poderes arcanos que la luna llena de esta misma noche le conferiría a semejante poción.

   Sentada en un taburete, Elven se peinaba con una peineta de hueso. Los dientes blancos asomaban rítmicamente, arriba y abajo, por entre los cabellos cortos.

    ―¿Terminaste? ―La vampira se acercó y espió el interior del caldero.

   Ery sacó con la cuchara de madera una muestra del elixir, y lo acercó a la luz para observarlo bien. Los pétalos se habían disuelto en el agua, que ahora era un líquido granate y muy perfumado.

   ―Debemos apagar el fuego y esperar que la mezcla se enfríe ―dijo―. En un par de horas, la mezcla tomará la consistencia que necesitamos. Después habrá que colarla.

   Dejó la cuchara sobre una mesa y se apartó del caldero, y Elven cerró la válvula de gas del trípode.

   Ya libre de la tarea, Ery se distrajo con una vasija empotrada en la pared, de la que emanaba una potente luz velada con un filtro de papel de piedra.

   ―¿Quieres que te enseñe a crear una de estas luces? ―dijo Elven, separando de la pared la vasija y acercándosela.

   Ery descubrió que la vasija no contenía una vela ni polvos de ningún tipo, tan solo una esfera de luz que flotaba sobre gotitas de sangre. Elven dejó la vasija en la mesa junto al caldero, de uno de los estantes sacó un frasco ambarino, y, cuando lo abrió y metió la mano, lo que conservaba allí adentro chilló.

   ―Esto no debería impresionarte, brujita ―susurró la vampira con una sonrisa burlona.

   Sacó del frasco un ratón que se revolvía entre sus dedos, sin dejar de chillar, y hundiéndole las uñas en la carne lo traspasó de lado a lado. Ery apartó la vista, asqueada.

   ―¡Mírame, maldita bruja! Después de todo, en el templo te vi regodeándote con la sangre de tu amigo, a quien fingías cuidar en su agonía.

   Ery debió controlar el feroz instinto que la obligaba a lanzarse contra Elven y clavarle las uñas en los ojos.

   La sangre del ratón se escurrió entre los dedos de la vampira. Tras deshacerse del cadáver en otro frasco, Elven juntó las manos, y al separarlas apareció sobre las palmas un punto de luz que fue creciendo en intensidad, hasta que ella volcó esa esfera esplendorosa en una segunda vasija.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora