Capítulo 12

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   Desasosegado desde la última visita de Ery a la librería, el mismo día en que había vuelto a encontrarse con Exan Deil, a Melquíades Derkin le temblaban las manos mientras acomodaba en los anaqueles los tratados y las enciclopedias: sentía remo...

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   Desasosegado desde la última visita de Ery a la librería, el mismo día en que había vuelto a encontrarse con Exan Deil, a Melquíades Derkin le temblaban las manos mientras acomodaba en los anaqueles los tratados y las enciclopedias: sentía remordimientos por haberle mentido a Ery sobre Alestia Vorsch.

   En realidad, sí tenía noticias de la maestra de Ery: él seguía recibiendo cartas de ella. Y más: cartas relacionadas con la pupila. Y muy relacionadas, porque hablaban de planes a futuro que la afectarían tanto a ella como al Cazador.

   "Así es Alestia ―se dijo Derkin―. Siempre confundiendo saber con sabiduría".

   Sí: la sapiente Alestia Vorsch lo sabía todo de todo y de todos, aunque ese conocimiento trajera desdichas. Y sentimientos de culpabilidad, como ahora sucedía con él.

   Pero había algo que Alestia ignoraba, además de su trato con los "aliados" de Berisia: Derkin estaba seguro de que él mismo era el único que sabía del paradero de tres tesoros arcanos, inaccesibles para los legos. Como erudito bibliófilo y coleccionista, Melquíades tenía un don para hallar incunables y tratados mucho más antiguos que los que circulaban en librerías como su Cueva. Entre esos tesoros, había descubierto en una caverna al este de Ribinska, y hacía muchos años, tres vetustos libros ―grimorios, a todas luces―. De los tres, solo uno estaba escrito en una lengua comprensible.

   Aún recordaba el entusiasmo de haber hallado ese altar de jaspe opalescente, con tres atriles para el secreto reposo de aquellas reliquias, como a la espera de que alguien las tradujese. Una serie de glifos tallados junto a cada atril correspondía al título de sus respectivos volúmenes; al menos eso interpretaba Melquíades. Los dos primeros tratados de brujerías que abrió le resultaron ilegibles, no solo en cuanto a la grafía, sino en cuanto a la lengua. Quizá se trataba de una lengua extinta. Aquello era una verdadera lástima: un grimorio de cuero azul, y el otro encuadernado con piel de reptil, con las escamas verdes intactas y brillantes a pesar del tiempo.

   El tercer grimorio, enfundado en cuero escarlata, era el único que sí había podido leer. El Libro rojo de los no-muertos tenía por título, y se trataba de un compendio de conocimientos sobre la creación y resucitación de criaturas de la Noche. Entre estas criaturas se contaban los vampiros. Derkin suponía que seguramente alguno de los otros dos grimorios versaría sobre la destrucción de aquellas aberraciones. Y deberían ser invaluables conocimientos por descubrir, otras estrategias y distintos recursos para eliminar vampiros y que podrían sumarse a los de los Cazadores de la región.

   Faltaban minutos para que Remi llegara a La Cueva, y Derkin debía dejarle la mesa de trabajo libre de cajas. De manera que puso manos a la obra.

   Pero no podía dejar de pensar en aquellos grimorios ilegibles. Acaso alguno de los dos trataba sobre los nóckuts, la raza que había evolucionado a la par de los vampiros para detenerlos y, si se daba el caso, también para devorarlos. Alestia sabía mucho acerca de los nóckuts. Incluso ella le había encargado que obtuviera una muestra específica de esa sangre portentosa, detallándole la ubicación y el modo de manipularla sin peligros.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora