Capítulo 23

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   Deseando sentir los copos de nieve en la cara ―nevaba con frecuencia en su amada y oscura Íbisklev―, Elven serpenteó entre los cipreses de la frontera oriental de Zelania con la mayor velocidad que le encontró a su montura

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   Deseando sentir los copos de nieve en la cara ―nevaba con frecuencia en su amada y oscura Íbisklev―, Elven serpenteó entre los cipreses de la frontera oriental de Zelania con la mayor velocidad que le encontró a su montura. No le era fácil: debía protegerse la herida, y además llevaba consigo la pareja de hermosos corceles negros que le había robado al estúpido Guardián. Cuán fáciles de engañar eran los humanos, tuviesen el rango que tuvieran. Y había escapado de la muerte porque la bala del Cazador que la venía persiguiendo desde Moskiul le alcanzó apenas el hombro. Ya se las pagaría aquel maldito de Exan Deil.

   Después de cruzar los portales ocultos en el bosque que bordeaba el camino al cementerio de Valday ―gracias a unas runas-portales dispuestas por recomendación del previsor Tom―, no había detenido el galope de los azabaches, a quienes había unido con una reata para llevar al segundo detrás. Los árboles la ayudaron de nuevo a confundirse con la oscuridad. De todos modos, sabía que sus conocimientos no la salvarían del Cazador así como así. Le había sido fácil superar en el cementerio a aquel imberbe de Valken; pero un Cazador, en cambio, significaba todo un reto. Y más, por lo que le contaba Tom, si aquel Cazador se llamaba Exan Deil.

   Maldito Deil. Elven ardía en deseos de verlo muerto, y muerto acaso por las propias manos de Tom. Si no hubiera sido por el accionar de Deil y su Defensor Tádef Dómac, tiempo atrás, Thomas Lynx no habría perdido su título de Cazador. Deil había castigado injustamente a su compañero de armas por el mero hecho de haberse enamorado de ella, una vampira. Odiosa represalia: ¿acaso Tom no había cumplido fielmente cada misión confiada por el Centro de Ribinska? Ya las pagaría, incluso pagaría por el balazo que le había disparado a ella. Pero debían andarse con cuidado: Exan Deil no parecía de este mundo. Quizás un pacto con la Oscuridad o alguna clase de magia convertía al Cazador en alguien muy poderoso.

   "Aunque todo gran poder ―se dijo Elven―, conlleva una debilidad".

   Con una mano cubriéndose la herida de bala que extrañamente no terminaba de cicatrizar ―¿acaso Deil contaba con una munición diferente?―, Elven montaba veloz como la ventisca que ya le golpeaba la cara. Debía admitir que le sorprendió reconocer en esos azabaches la energía de los legendarios corceles infernales, unas bestias únicas registradas en los tratados que había estudiado como antigua miembro de la Hermandad de Sangre. Eran capaces de duplicar la velocidad de los mejores potros, y no temía exigirlos, pues habían sido creados para la guerra y para las marchas que precisaban una "resistencia sobrenatural", según contaban las viejas leyendas. Resistencia sobrenatural. Nunca mejor dicho, porque ahora la llevaban prácticamente en el aire y sin que ella debiera guiarlos con las riendas.

   Lamentaba no haber podido presenciar el pasaje de Voryanda Rynfer al otro mundo. Ese maldito Valken, con sus impenetrables ojos azules, no era tan imberbe en el uso de la espada. Y esos ojos... El intento por leer la mente de la "mascota" de Exan Deil, como prefería llamarlo Tom, había fracasado: lo único que Elven encontró en ese azul profundo fue una barrera de hielo.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora