Capítulo 18

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   Hacía más de una hora que Remi se había ido de La Cueva, después de ordenar las estanterías dispuestas para los clientes

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   Hacía más de una hora que Remi se había ido de La Cueva, después de ordenar las estanterías dispuestas para los clientes. Melquíades observó el trabajo de su ayudante, infló el pecho. Y le dijo a la soledad de la librería, porque a esas horas Remi ya debía de estar en su casa, cuidando al abuelo:

   ―Buen trabajo, Remi.

   A Melquíades le quedaba hacer una última compra en el bazar, antes de que las sombras se hicieran más pronunciadas en las calles. Dejó encendido solamente el quinqué de su escritorio, cerró la librería con llave y cruzó las interminables calles que lo separaban de La Gran Fuente, la casa de empeño con más variedad de artículos en Moskiul. Había calculado que, por la hora, no encontraría mucha gente dentro del negocio.

   Y no fue así: el negocio estaba extrañamente atestado. Y eso le dio tiempo a elegir dos candelabros de bronce y un florero de hierro para reemplazar uno que había roto Remi. Y mientras esperaba su turno detrás de los últimos clientes ―una pareja que parloteaba sin cesar―, echó de menos la compañía de sus libros.

   Últimamente, cada vez que Derkin pasaba más de quince minutos sin un libro al alcance de la mano, los mismos molestos pensamientos lo asaltaban. ¿Había hecho lo correcto en escribirle a Alestia Vorsch sobre el regreso de Exan Deil? Y no solo eso le había informado: también, que Ery Nebresko contaba con el favor del Cazador.

   ¿Cuál sería la próxima orden de Alestia?

   ―¿Lleva estos tres artículos? ―dijo el chico de la caja. Debía de tener unos pocos años más que Remi.

   Melquíades pagó y salió con paso rápido del bazar, hacia la librería. Terminaría de ubicar en su lugar los elementos que había comprado, regresaría a su casa y se metería en la cama a consultar una de las enciclopedias que había rescatado en una feria clandestina. Era muy difícil conseguir material sobre las artes arcanas cuando cada dos por tres los inspectores del gobierno echaban abajo las puertas de los negocios. Aunque él tenía la solución: los años que había pasado en Ribinska para prepararse como Guardián le permitieron desarrollar un sello de protección para esconder objetos de poco volumen.

   Uno de esos objetos invisibilizados había sido la llave del castillo de Exan Deil: el Cazador se la había dejado en custodia. ¿Y él había hecho lo correcto al aceptar esa designación? Pensándolo bien, no tuvo alternativa alguna. De todos modos, ya le había devuelto aquella llave a Exan; fue hacia la noche del primer día de Ery en La Cueva, por eso lo recordaba.

   Pronto llegó a la calle de su librería. La fachada permanecía en penumbras, apenas iluminada por las farolas de gas de la plaza y por el único quinqué de su escritorio. Derkin sacó la llave y la introdujo en la cerradura, pero no llegó a girarla: la puerta se abrió sola. ¿Ladrones? No era la primera vez que forzaban la librería para robarse un astrolabio con incrustaciones de oro, o tratados con gemas engarzadas en las cubiertas de cuero.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora