Capítulo 41

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   Hacía varias noches que Ery se sometía al entrenamiento psíquico de Exan Deil

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   Hacía varias noches que Ery se sometía al entrenamiento psíquico de Exan Deil. Cuando aceptó la propuesta del Cazador de iniciarla en los misterios nóckut, jamás había imaginado tan exigente rutina. Las "intervenciones mentales" ―no le encontraba mejor nombre a aquel ejercicio― la agotaban, sobre todo por la presencia del Cazador, quien permanecía de pie detrás de ella.

   Ery ocupaba un taburete en una de las salas del torreón más alto del castillo, sentada bajo la luz de la luna que entraba por la ventana y acompañada de las sombras que proyectaba el farol con polvo de luz ibisklano. Con las manos sobre los muslos, palmas arriba, y con los ojos cerrados, procuraba mantener recta la espalda. No era fácil revivir las sensaciones del sueño recurrente. Y todo para que su nuevo maestro pudiera vislumbrar telepáticamente la visión tan enigmática que la perseguía. Exan Deil era muy parco sobre sus intenciones, y ella no se atrevía a preguntarle cuál era el fin último de espiar la intimidad de su psiquis. Pero obedecía, porque formaba parte del aprendizaje en el dominio de sus nuevos poderes. ¿Qué significado tendría aquel sueño en particular?

   ―Ya has alcanzado la percepción visual, Ery ―le decía Deil, ahora en la séptima sesión―. En esta noche intentarás escuchar, y más aún palpar lo que te rodea dentro de ese sueño.

   "Escuchar ―pensó ella con los ojos cerrados―, utilizar el sentido del tacto en algo que no puede tocarse. Es muy difícil...".

   ―... pero no imposible ―dijo Exan Deil a sus espaldas.

   Ella apretó los párpados, y enseguida aflojó la presión. No debía apurarse. Tomó aire, y lo fue soltando lentamente, mientras rememoraba ―aunque eso no era un auténtico rememorar, sino otra cosa― el campo de tierra con manchones de nieve tan blanca como las estrellas. Debió soltarse el lazo del cuello de la camisa, y supo que el calor no provenía del radiador que tenían junto a ellos. Y fue como si abriera los ojos ―los ojos de su mente― en aquella estepa que nunca había pisado.

   Vio en el horizonte el pinar, con la línea de fuego entre los troncos. Oyó el crepitar de las llamas que incineraban esos árboles, y el calor se incrementó en contraste con la aguanieve que la rodeaba. Pero faltaba un detalle: no la acompañaban las figuras humanas que en sus primeros sueños se convertían en indefinibles manchas negras y rojas. Y en el fondo se alegró, pues el instinto ―el instinto nóckut― le advertía que esas sombras buscaban sangre.

   Ery apretó los puños, sabía que no debía pensar en términos oníricos: el sueño era algo más que un sueño. Y tratar de convencerse de esa idea tan compleja la hizo avergonzarse, porque fue totalmente consciente de la presencia del Cazador.

   ―No pienses en mí, Ery. No puedo seguirte.

   Ella abrió los ojos, contenta por su logro: era la primera vez que pasaba a otro plano sensorial que no fuera el de la vista. Era agradable reencontrarse con la calidez de los polvos de luz, que alejaba la noche. Para aquellas prácticas nocturnas, Ery prefería la compañía de la luminaria que preparaban en el taller, en lugar de las lámparas de gas instaladas en el castillo, y Exan Deil no había puesto ningún reparo.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora