Capítulo 17

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   Era la primera vez que Ery se despertaba con semejante malestar en la cabeza

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   Era la primera vez que Ery se despertaba con semejante malestar en la cabeza. Abrió los ojos, y advirtió que estaba del lado de los pies. Se incorporó despacio y vio las mantas revueltas colgando hasta el piso. Ya levantada de un salto, temerosa se apartó como si la cama estuviera embrujada. 

   ¿Qué le había sucedido? Recordó que había vuelto a soñar con aquel paisaje en el que nunca estuvo: el campo de tierra con manchones de nieve.

   Acomodó las sábanas y el edredón, y se vistió y bajó a la cocina. Encontró a Arixia levantando los platos, y se dio cuenta de que Equis, el cocinero, se puso a ordenar la cocina no bien la vio entrar a ella.

   ―¿Vienes por tu... almuerzo? ―le dijo Arixia. Sonreía; pero Ery no sabía si estaba bromeando, o si realmente ella se había levantado a una hora insólita. Pensándolo bien, no recordaba haber oído el despertador, al que le daba cuerda cada noche.

   ―Tengo hambre ―dijo. Se sentó a la mesa, y de codos hundió la cara en las manos―. Estos últimos días me estoy despertando con dolor de cabeza, y el de hoy fue... No lo entiendo. No me cuesta dormir, el problema es mientras duermo.

   ―¿Sufres pesadillas? ―Arixia le puso delante una bandeja desbordante de panecillos, miel y mermeladas―. Tal vez sea el cansancio. Pones mucho empeño en las labores. Si te saturaron los polvos y los aromas del taller, debes saber que a mí al principio me sucedía lo mismo.

   Ery terminó su desayuno-almuerzo y salió hacia el pinar. Dejó vagar la vista por el cielo despejado y caminó un rato entre los primeros pinos que rodeaban el frente del castillo.

   Era extraño: durante el día, cada vez que trataba de recordar lo soñado en la noche, un vacío en la mente la llevaba a pensar en cualquier otra cosa.

   Fue hasta las orillas del amplio valle detrás del castillo, y se sentó al pie de la delgada higuera que crecía entre la puerta del taller de luces y el establo que, a pesar de su notoria antigüedad, seguía en condiciones de uso. Junto a la pared, en un rincón adoquinado, se acumulaban las cajas y demás bultos del trabajo con las luces. La higuera, todavía joven, crecía torcida y pegada al muro, enmarcando con sus nervaduras la ventana del taller.

   Ery sacó de la faltriquera, que llevaba atada sobre la falda, una bolsita de cuero y esparció al pie de la planta un poco del contenido. Unas espirales de luz naranja salieron de la tierra, treparon por el tronco y lo envolvieron dejando unas marcas brillantes en la corteza, que al rato se desvanecieron sin dejar rastro. En la librería de Derkin, Ery había leído sobre conjuros y sellos que podían colocarse en los árboles junto a senderos, o en la entrada a algún lugar. Y recordó las marcas a fuego en los pinos que rodeaban el castillo, aquellos que descubrió durante su primera salida con Arixia rumbo a la feria del bosque. ¿Servirían los polvos de luz para crear escudos de protección?

   Contemplando las espirales que ascendían, y sintiendo el aroma a naranjas, reflexionó sobre su más reciente experiencia con un espejo-portal. Ya tenía indicios de qué había visto en la escena propiciada por el espejo del armario: según le había contado Arixia pocos días atrás, el proveedor de materiales que vivía en la frontera entre Zelania y Berisia había sido atacado por una criatura salvaje. Sin embargo, las marcas que fueron encontradas en el cuerpo eran demasiado... inusuales. Exan Deil no pisaba el castillo desde hacía días, y por lo tanto ella no sabía si el Cazador se había encargado de investigar ese hecho de sangre.

Venganza y Despertar ||| Libro 1 de Sombras de CondenaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora